jueves, 12 de abril de 2012

MIS IMPRESCINDIBLES (15)

Lo dijo el poeta de Zamora; quizá mirando al río: La claridad viene del cielo... Y es un don...
Y yo la recibí, no sé si del cielo, un verano de los primeros 80, cuando oliendo a jazmín y dama de noche iba descubriendo, con nocturnidad chopiniana, a este enorme poeta que ya nunca más dejaría de releer una y otra vez... Como una claridad sedienta de una forma de decir y amar el mundo... Ese don excesivo de cierta ebriedad...


DON DE LA EBRIEDAD

Siempre la claridad viene del cielo; 
es un don: no se halla entre las cosas 
sino muy por encima, y las ocupa 
haciendo de ello vida y labor propias. 
Así amanece el día; así la noche 
cierra el gran aposento de sus sombras. 

Y esto es un don. ¿Quién hace menos creados 
cada vez a los seres? ¿Qué alta bóveda 
los contiene en su amor? ¡si ya nos llega 
y es pronto aún, ya llega a la redonda 
a la manera de los vuelos tuyos 
y se cierne, y se aleja y, aún remota, 
nada hay tan claro como sus impulsos! 

Oh, claridad sedienta de una forma, 
de una materia para deslumbrarla 
quemándose a sí misma al cumplir su obra. 
Como yo, como todo lo que espera. 
Si tú la luz te la has llevado toda, 
¿cómo voy a esperar nada del alba? 

Y, sin embargo -esto es un don-, mi boca 
espera, y mi alma espera, y tú me esperas, 
ebria persecución, claridad sola 
mortal como el abrazo de las hoces, 
pero abrazo hasta el fin que nunca afloja.

CLAUDIO RODRÍGUEZ



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