domingo, 7 de agosto de 2011

UN POEMA Y UNA ROSA...


Todos los días se sucedían de la misma manera desde hacía ya más de tres años. Después de desayunar y antes de coger el coche para ir a la oficina, se acercaba a la verja de la casa y en el buzón de correos depositaba un poema de amor que copiaba de una antología que compró en una librería de viejo de saldo, y una rosa blanca... 
El poema terminaba siempre con el mismo texto:
Para Rosa, la más blanca de las rosas de mi jardín”...
Y se marchaba a la oficina...
La señora se llamaba Rosa, y acababa de cumplir los 59 años de edad. Habiendo enviudado joven, y sin hijos, decidió hacía ya tres años volver a la ciudad donde nació y vivió los años de juventud, tras heredar la casa familiar. Sólo tenía un hermano, José, que era unos años más joven que ella y que emigró a América Latina, y cuya hija, Laura, estando un verano de vacaciones en España, la había iniciado en internet y en facebook para estar en contacto con ellos. 
Rosa vivía con una asistenta que la cuidaba y le daba compañía, y siempre la estaba regañando por la cantidad de tiempo que dedicaba a eso de internet, tanto que ya había perdido el vicio de ver tres o cuatro telenovelas al día en la televisión...
-¡Se va usted a volver loca!... 
-¡Todo el santo día con eso!... 
-¿No se cansa usted, señora?
Estas tres expresiones de incomprensión eran expuestas a diario por la asistenta, como a diario se sucedían los silencios de la señora por respuesta, excepto...
-¡Cállate ya, anda y déjame tranquila que me confundes de teclas!, le respondía airada...
Y así fue pasando el tiempo; y llegó a conocer a un señor; soltero; se llamaba Antonio y tenía 61 años. Ella se identificaba como Laura (el nombre de su sobrina) y en su perfil de facebook dijo que tenía 43 años... Ambos pusieron fotos falsas en sus perfiles, y con el tiempo entablaron cierta amistad chateando a diario en facebook; tanta, que ella ya empezaba a contarle los detalles de algunas de sus intimidades, sólo conocidas por la memorable e inaguantable asistenta y alguna cotilla vecina...
-Hoy el poema es de Luis Cernuda, escribió esa mañana chateando en facebook con Antonio... Este, precisamente, fue el primer poema de amor que me regaló un novio que tuve cuando era joven y desde aquel día me aficioné a la poesía; tanto que no leo otra cosa que no sea la prensa y poesía; se llamaba Juan y lo quise muchísimo, tanto que creo que fue el hombre de mi vida: yo no he vuelto a amar así nunca más. Pero se tuvo que marchar la familia de la ciudad y ya le perdí la pista; las cosas de aquellos tiempos y las distancias; hoy eso no es ningún problema, pero con 20 años a dónde iba yo detrás de él, si aún éramos estudiantes... Y mis padres no me hubiesen dejado ir, comentó, escribiendo de tal modo que Antonio notó cierta melancolía, quizá por alguna falta de tipografía como señal de nerviosismo... Por cierto, también se llama Juan, jajajaja -Y además, fíjate Antonio, lo firma como si fuese suyo, jajajaja... 
-Pero es muy dulce luego... -Sabes, ayer me llamó por teléfono; me divertía conocer su voz y le di el número hace un par de días después de pedírmelo insistentemente, jajajajaa...
-Y qué tal te pareció, preguntó Antonio, 
-Me cayó muy bien, muy simpático parece y tiene una voz como si de alguien conocido fuese; no sé, me recordó algo que no sabría decirte...
Eran las seis de la tarde y llegó la asistenta después de hacer algunos encargos...
-Señora, ¿pero aún sigue usted con el aparato ese?- Seguro que ni una cabezadita se ha dado usted hoy... 
Y se fue a la cocina criticando la modernidad de su señora, achacándolo a una viudedad joven y a la cabeza, que la estaba perdiendo...
Pasaban los días y proseguía el ritual; no más tarde de las 8 horas de la mañana depositaba en la casa de Rosa una rosa blanca con el poema del día copiado de una antología de poemas de amor en castellano que compró de saldo en una librería de viejo. Y los firmaba como si él fuese el autor y siempre con la misma despedida: 
Tuyo siempre, Juan...
Y seguían pasando los días y sus lamentos; pasaba el tiempo, eso que sucede siempre cuando esperamos otra cosa... Y Antonio, ya decidido al fin, le pidió cita para conocerla en persona... Evidentemente, Rosa nunca quiso ese encuentro: supondría acabar con todo ese mundo de fantasías y mentiras que la hacía disfrutar a diario de otra vida, con otra vitalidad, en otro mundo, más allá de los instantes y de las miserias... 
Día a día se negaba rotundamente, y día a día seguía recibiendo la rosa blanca con el correspondiente poema de amor y con la misma firma:
Para Rosa, la más blanca de las rosas de mi jardín”...
Tuyo siempre, Juan...
Una mañana de octubre de aquel año de 2009, la señora, Dª Rosa, no recibió la rosa blanca ni el poema de rigor. Y cada cinco minutos no hacía más que decirle a su asistenta que se asomara a ver si ya estaba la rosa y el sobre con el poema... 
-No, Sra.; no hay nada en el buzón, con ese tono despectivo que empleaba siempre la asistenta cercano a la falta de respeto...
Encendió el PC y vio que Antonio no estaba conectado al chat de facebook, cosa que le extrañó...
Cuando eran las 12,40 horas de la mañana, sonó el timbre de la puerta de la casa. La asistenta abrió...
-¿Está la señora?, preguntó un hombre.
-¿De parte de quién le digo, señor? 
-Dígale, de parte de Juan.
Al cabo, Rosa apareció bajando la escalera del piso principal. Él se acercó sin dejar de mirarla a los ojos. Llevaba la rosa blanca en la mano y el poema del día... 
-Señora, soy amigo de Antonio, quizá el único amigo. Y tengo que darle una mala noticia; anoche me llamó para que si sucedía lo que terriblemente ha sucedido viniese a verla y entregarle esto de su parte. Señora, lo siento: Antonio, Juan, era Juan, sufrió ayer tarde-noche un infarto de miocardio y ha fallecido esta madrugada. Pero le dio tiempo de encargármelo todo. Ya antes me había contado su historia, la historia de su vida; y al enterarse de que usted había enviudado y había regresado a la ciudad, compró la casa de al lado, se hizo pasar por Antonio en internet y todos los días venía a depositar la flor y el poema. Aquí lo deja por escrito para usted. Señora, lo siento mucho. Antonio, Juan, era mi mejor amigo, mi único amigo...
Aquel hombre se despidió de la señora y aún conserva en su memoria la cara de asombro al saber que Antonio era Juan, aquel Juan que en su juventud había perdido y que al cabo, y gracias a internet, había vuelto a encontrar para ya tenerlo siempre en su vida, en su alma, en su memoria, como el verdadero y único amor de su vida...
A los pocos días, Rosa comenzó a recibir de nuevo rosas blancas, a diario, con sus correspondientes poemas de amor...

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