Charles Regismanset, escritor y poeta francés (1877-1945) repetía siempre que “un hombre lleno de sí mismo siempre está vacío”...
Anoche, con cierto desasosiego pessoano, me fui a cama pensando en que, a pesar de que lo veíamos venir (tengo documentos propios y de otros que ya presagiábamos esto hace más de tres años), no nos merecemos esto. Nunca acepté ese dicho tan reaccionario de que los pueblos tienen los dirigentes que se merecen; me parece tan peligroso como falso, pues a fin de cuentas justifica siempre los errores, sean individuales o colectivos. Y los errores no se justifican nunca; a lo sumo, se pagan. Y lo pagaremos inevitablemente...
Y lo digo así porque así lo siento y lo profeso: creo que nos hemos equivocado; como tantas veces nos hemos equivocado a lo largo de la historia como pueblo tan acostumbrado a repetirla en el olvido. Y digo que nos hemos equivocado porque van a sufrir más, como siempre, los más desprotegidos. No habrá grandes diferencias en las políticas; pero sí las habrá en los ritmos, en los desapegos, en los gestos, en la buena o nula conciencia (ha desparecido ya la mala, aquella que nos frena siempre ante cierto declive de apegos), en las formas y en los calendarios. Y también las habrá en los “botines”: nos esperan años duros y años de sangría de bienes públicos y colectivos...
Y me sobrecogió, como foto final, ver en aquella balconada de Madrid a hombres llenos de sí mismos, pero enormemente vacíos, vociferando a unos inocentes que confían en ellos por si hay, esta vez, algo que los saque de ese pozo negro, donde habitan sus miserias y sus pasiones más inconfesables...
Para colmo, si no se anticipan elecciones, nos espera un enorme griterío solicitándolas por el bien de lo que ellos llaman España (¡qué lejos de la mía!) y que más se parece a actos de codicia y saqueos.
Mientras tanto, sólo me dedicaré a escribir cartas de amor, ese sentimiento donde nos refugiamos siempre los débiles, los que apenas estamos llenos de nada nuestro, y que serán ridículas, sí; porque de lo contrario, de no serlas, no serían cartas de amor, como siempre me dijo mi guía espiritual lisboeta, mi adorado F.P.
¡Que mis dioses nos protejan!
http://www.goear.com/listen/
Anoche, con cierto desasosiego pessoano, me fui a cama pensando en que, a pesar de que lo veíamos venir (tengo documentos propios y de otros que ya presagiábamos esto hace más de tres años), no nos merecemos esto. Nunca acepté ese dicho tan reaccionario de que los pueblos tienen los dirigentes que se merecen; me parece tan peligroso como falso, pues a fin de cuentas justifica siempre los errores, sean individuales o colectivos. Y los errores no se justifican nunca; a lo sumo, se pagan. Y lo pagaremos inevitablemente...
Y lo digo así porque así lo siento y lo profeso: creo que nos hemos equivocado; como tantas veces nos hemos equivocado a lo largo de la historia como pueblo tan acostumbrado a repetirla en el olvido. Y digo que nos hemos equivocado porque van a sufrir más, como siempre, los más desprotegidos. No habrá grandes diferencias en las políticas; pero sí las habrá en los ritmos, en los desapegos, en los gestos, en la buena o nula conciencia (ha desparecido ya la mala, aquella que nos frena siempre ante cierto declive de apegos), en las formas y en los calendarios. Y también las habrá en los “botines”: nos esperan años duros y años de sangría de bienes públicos y colectivos...
Y me sobrecogió, como foto final, ver en aquella balconada de Madrid a hombres llenos de sí mismos, pero enormemente vacíos, vociferando a unos inocentes que confían en ellos por si hay, esta vez, algo que los saque de ese pozo negro, donde habitan sus miserias y sus pasiones más inconfesables...
Para colmo, si no se anticipan elecciones, nos espera un enorme griterío solicitándolas por el bien de lo que ellos llaman España (¡qué lejos de la mía!) y que más se parece a actos de codicia y saqueos.
Mientras tanto, sólo me dedicaré a escribir cartas de amor, ese sentimiento donde nos refugiamos siempre los débiles, los que apenas estamos llenos de nada nuestro, y que serán ridículas, sí; porque de lo contrario, de no serlas, no serían cartas de amor, como siempre me dijo mi guía espiritual lisboeta, mi adorado F.P.
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