martes, 26 de junio de 2012

UNA VERDAD IMPONENTE

Un día más seguimos rodeados de incertidumbres sobre el presente y sobre el futuro, eso que los hombres se inventan cuando no tienen futuro alguno. Y un día más el calor amenaza la vida: siempre que llega así, tan poderoso como insolente, me voy de viaje a un tiempo ya ido pero que siempre regresa; es un patio de mármol y de aspidistras, hermosas y brillantes, sobre enormes macetas de barro y que rodeaban paredes blancas revestidas de azulejos sevillanos de Santa Ana, a juego con la fuentecita de la rana que presidía la entrada de aquel soberbio jardín francés, donde los mandarinos y la pérgola de la terraza del segundo piso, cuyas columnas gateaba aquel enflaquecido niño que ya habitaba enfrente del mundo ante su fealdad y su espantoso aspecto...
También me rodean, en aquel necesario lugar y a donde acudo siempre en refugio, unos seres humanos inolvidables -y ciertos aún-, aquellos que a todas horas nos hicieron reir (esa forma de bondad colectiva) y visitar los cielos azules que dejaban ver el toldo amarillo, aquel que desde muy temprano tapaba nuestras dudas y temores en aquellos calurosos veranos de los cincuenta: para mí, regresar a ese lugar, a esas esquinas, es un demostración de que sigo vivo; el día que no necesite regresar a aquellos lugares será la muerte...

Sí, un día más seguimos vivos; eso que aún no sabemos por qué ni para qué, pero que nos lleva, a veces, de viaje a lugares donde calmamos de dolor; cuando ya sólo tenemos amor, y cuando la mar amaneció calma, quieta, en paz: como una verdad imponente...

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