jueves, 7 de junio de 2012

EL CORPUS

LO QUE QUEDA DE MI....

Hoy es el día del Corpus, un día grande en Sevilla y que siempre lo aproveché para hacer puente y quitarme unos días de aquellos calores, ya por entonces imposiblemente humanos: siempre me pregunté -y me pregunto cada vez que entro en ella- cómo creció aquella ciudad y llegó a ser tan hermosa, con el espantoso clima que tiene, tanto en invierno como en verano, y sin apenas primavera ni otoño... O frío o calor; y húmedos ambos: nunca hay término medio, o escaso en días, horas...
Y cuando hay procesiones, como este día en media España, siempre recuerdo que desde que me reconozco siento miedo, o quizás pavor e inquietud, ante todo aquello colectivo que lleve implícito desfiles, pasacalles o procesiones... Sí, me daban miedo los tronos, la imaginería de la Iglesia, los ruidos, la bulla, la gente... Sólo aceptaba los Gigantes y Cabezudos de algunos pasacalles, quizás porque los imaginaba capacitados en tamaño para huir pronto de aquel espanto...
Luego vinieron los años del descubrimiento de las mentiras de la Iglesia y del uso de sus modos por el franquismo, aquel memorable nacional-catolicismo que nos impregnó nuestros cuerpos (el mundo el demonio y la carne, y que nunca fue un filete de ternera) y nuestras almas (todo era pecado; hasta el amor). Y, claro, nos hicimos ateos a la fuerza...
Y llegó la transición política y la libertad política, esa que nos permite votar (¡aún faltan tantas!!!!)... Y para mi asombro, cuando llegué a Sevilla, en los últimos ochenta y después de tantos años en Málaga, y recordando aún la Sevilla de mis años de Universidad, la roja y anticlerical, no pude evitar mi enorme sorpresa y decepción: los líderes del entramado reaccionario de hermandades católicas y otras estructuras de rancio calado franquista de la ciudad de María santísima, aquellos que siempre rechacé como meapilas y protagonistas de aquellos años de los temores, las mentiras, los silencios y los pecados, eran votantes de la izquierda política que iban copando los escalones de aquellas estructuras rancias que organizaban tanto desfile y pasacalle o procesión, esas cosas que tanto me asustaban de pequeño y que tanto rechacé de adolescente y joven hasta el desdén y el olvido... 
Y para remate final, cuando vi que las autoridades locales de izquierdas presidían aquellas procesiones, como hacían Franco y aquellos políticos de su infame régimen y que tanto miedo me daban, se me cayó el alma, eso que aquellos siempre despreciaban porque era desde donde podíamos sentir que todo fue una gran mentira (como así fue: nunca iban descaminados). Los que siempre creí míos se habían apropiado de aquellas cosas, de aquellas mentiras y de aquellos desfiles que tanto pavor me hacían sentir ante tanta imaginería y ante tanto ruido, masa y griterío colectivo vulgar y ordinario de la nada...
Y claro, mi eterna claustrofobia se me fue convirtiendo, sin solución de continuidad, en "socialfobia" (fobia social), que aún permanece intacta, y que en días como este, del Corpus, se me aparece como fantasma en la mañana esta de junio que anuncia ya el verano de la calor y de las playas imposibles de gente en chancla y camisetas de tirantes, enseñando tatuajes imposibles, esos que algún día de estos algún alcalde de costa, de seguro, premiará tras un concurso para elegir al más ordinario del verano... 
¡Jó!, ¡qué susto!...

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