La Iglesia Católica española ha recibido de Zapatero más dinero público que nunca (aunque el gobierno ha intentado engañar con aquello de la cruz para la iglesia o para otras ONG, diciendo que era dinero voluntario de los que se declaran católicos, cuando en realidad son cantidades que deja de ingresar el estado), y encima la dirige la Conferencia Episcopal más hostil que nunca al poder civil democráticamente elegido: no tienen desperdicio las palabras de Rouco, o de Cañizares, o las del golpista obispo de Valencia el domingo pasados.
La Iglesia, de la que pensábamos que con Tarancón hizo su transición, ha regresado al franquismo más puro, al del nacional-catolicismo; y sobrecoge ver a Rouco con la puesta en escena cuasi victoriosa de la guerra que apoyó y ganó, rodeado de la bandera de aquellos vencedores.
Si esta Iglesia nunca fue representativa de muchos católicos españoles, la bandera roja y gualda que aquella Iglesia se apropia, zarandea y reclama, tampoco lo es de muchos españoles.
Como ha dicho Peces-Barba (no precisamente ateo), ya es hora de finiquitar el concordato y que los católicos se paguen a sus curas. Y también va siendo ya hora de denunciar a la Iglesia por el permanente llamamiento directo o indirecto (COPE) a la desobediencia civil.
Una vez más constatamos que la idiosincrasia española sigue siendo más africana que europea.
Que se vayan estos obispos con su bandera de España a enterar todo su odio por tierras lejanas: los demócratas de este país no podemos convivir con esta gentuza y su simbología franquista, cargada de odio, de intereses terrenales y de pocas virtudes espirituales.