viernes, 25 de enero de 2008

LA PASION POR LOS INSTANTES

Caminaba por la orilla, descalzo y dolorido: el mar, al parecer, trajo piedras pequeñitas; y también trajo, al parecer, restos de conchas de pequeños moluscos...
Pero la mañana incitaba a pasear recibiendo el agua de las pequeñas olas, mientras los pulmones y los pies lo resistiesen...
Porque el día vino cargado de apetencias y de suficiente necesidad de mar: pasear en soledad por la orilla del mar es un privilegio que los dioses conceden escasamente a ciertas personas...
No había un alma en toda la orilla hasta donde la vista alcanzaba a descifrar.
Y agradeciéndole a los dioses del Olympo este privilegio escaso y discriminatorio, un extraño pájaro grisáceo, con un extraño pelaje y tamaño, huía nada más divisar seres extraños cercanos. Y volvía como queriendo pedir permiso...
Pero pronto, cuando el agua del mar alcanzaba sus patas, remontaba el vuelo...
Y buscando en el azul del cielo la identidad del ave, las olas frías llegaron con más ímpetu; y como aquel pajarillo, huyó...
Porque para entonces ya el alma estaba demasiado sensible como para poder descifrar tan extraña coincidencia de dos seres vivos, al parecer, solos, y disfrutando de una mañana espléndida a la orilla del mar.
En la orilla de mi mar...