Y te incorporas para intentar respirar; y se te aparecen, entonces, momentos y lugares también impacientes; como los de aquellos trenes de las infancias (tuve muchas; una por cada hermano) que nunca conseguíamos que circularan con suavidad por aquellas vías que uníamos con impaciencia; tanta, que hasta las destrozábamos definitivamente, e impedíamos, de por vida, que aquellos trenecitos de hojalata circularan con suavidad...
Sí, como los trenes abandonados en los túneles de mis noches, y que al despertar, para poder respirar, se me asoman de nuevo en la oscuridad de lo imposible...
Es, sí, el declive...
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