Como quiera que la reunión acabó sobre las 12,45 horas, camino de Málaga, en Alcalá de Guadaira, el llamado pueblo de los panaderos, hay un restaurante a pie de carretera de muy buena cocina: croquetas de pringá con patatas, y judías blancas; acompañadas de coca-colas y aceitunas. Este ha sido el homenaje, de pie, en barra, que me di. Y cuando eran las 14,30 horas estaba de nuevo en carretera...
Sol y nubes; vientos y primavera soliviantada...
Y el claror de la tarde me acompañó hasta Estepa, donde un café con pionono de Granada me supo a gloria celestial... Y un hombre metido en años -y en cintura-, peleaba con una máquina tragaperras: patético espectáculo ver a esos tipos (son una casta; son un ser; son un estar en el mundo los ludópatas solitarios en su misterioso abandono) malgastando sus pocos portentos y sus escasos sustentos...
Y al cruzar la ronda de Málaga, camino de Calahonda, una enorme tromba de agua invadió el alma de temores: la naturaleza y su fuerza siempre me produjeron un extraño asombro; una misteriosa y siniestra mezcla de terror y de admiración...
Pronto, al fin, tras la Sierra de Mijas, de nuevo el claror de los cielos se reflejaba en el mar verde y gris, mar que así dejó a su paso la tormenta...
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