domingo, 2 de mayo de 2010

AMANEZCO EN DOMINGO DE SOL Y LUZ DE MAYO...

Amanezco en domingo de sol y luz de mayo, con la mar tranquila y un poco de morriña gallega... Tras un nespresso con cafeína y unas tostas integrales con aceite y miel, navego por la red... Nunca fui navegante, excepto alguna ocasión; por la bahía de Cádiz; por el Guadalquivir... Y esto de llamar navegar por la red a indagar por internet, cual si navegara por los mares, es una hermosa metáfora para alcanzar lo que nunca fui: navegante de los mares del mundo...
Y leo una sobrecogedora noticia ocurrida en Pontevedra. Dice así:

Galicia, España (Agencias). El sábado de madrugada murió Agapito Pazos, el dueño de la habitación 415 del Hospital Provincial de Pontevedra (España). Suya es porque allí permaneció 77 de los casi 80 años que vivió. Sólo se ausentó durante 48 horas, lo que duró el viaje que hizo con Elías, un celador ya fallecido, para conocer el mar desde las Rias Baixas.

El Hospital Provincial de Pontevedra de hoy era el único centro de beneficiencia en los años 30. Allí lo abandonó alguien, quizá sus padres, a los tres años de edad. El niño sufría una discapacidad psíquica y una distrofia muscular en los miembros inferiores.

Agapito nunca llegó a caminar. De él se ocupó primero el departamento de pediatría del hospital, y más tarde el de medicina interna. En 1993 el hospital buscó una solución. Alguna institución tenía que hacerse cargo de la tutela legal de Agapito. La Fundación Sálvora fue desde entonces la encargada de gestionar sus bienes, fundamentalmente su pensión. Alfonso Zuloeta, su presidente, cuenta a El Confidencial con pena lo que significó Agapito. “Ha sido una institución para todos”.

“ERA EL CONSENTIDO DEL HOSPITAL”
Cuentan los que lo conocieron que Agapito no era un enfermo cualquiera. Era el más consentido de todos en el hospital. A él se le daba chocolate, su gran perdición, y se le orientó la cama hacia la ventana para que le alcanzara la vista a controlar lo que sucedía en la calle. Eran lujos exclusivos para el niño mimado de la casa. Si le hubiéramos cambiado de habitación o le hubiéramos llevado a un asilo le hubiéramos quitado la vida, dice Alfonso.

Agapito se ganó con creces aquella especial atención. “Fue el encargado de guardar las llaves de los medicamentos y del almacén”, explicaba Fernando Filgueira, un médico que lo atendió, a El Faro de Vigo durante el funeral. De vigilante de los fármacos pasó a controlar a sus propios compañeros de habitación que, durante casi 80 años, se pueden contar por cientos. Él nos avisaba cuando los veía muy mal, nos decía que se iban a morir. Y en muchas ocasiones acertaba, recoge el mismo diario.

No podía hablar, pero se reía con la mirada y enseñaba su mala leche y su carácter pícaro y fuerte cuando algo no le gustaba. Aunque no pudiera decirlo con palabras, Agapito era feliz y demostraba como podía que quería seguir viviendo. Superó hace unos años un cáncer de estómago. Desde entonces, se fue apagando poco a poco, como una cerilla. Junto con Beatriz, la asistenta social de la Fundación que le acompañaba a diario, y otras celadoras del hospital, Agapito fue viendo pasar los días desde el mismo rincón.

MURIÓ FELIZ, RODEADO DE LOS SUYOS
Estos días todo el mundo habla de él en el hospital. Ha muerto Agapito, el de la 415, ¡qué pena!”. El 2 de diciembre cumplía 80 inviernos. Antes de ayer, la Iglesia San Mauro de Pontevedra y el cementerio de San Amaro se llenaron de recuerdos y lágrimas que derramaban los trabajadores del Provincial. Hasta algún paciente que compartió habitación con él pasó a darle el último adiós, agradece Alfonso.

Agapito murió como cualquier persona desea morir: feliz, rodeado de los suyos y en su casa de toda la vida. Así lo indica su padrón municipal: Agapito Pazos Méndez. Calle Loureiro Crespo, Hospital Provincial, habitación 415, cama 2. Pontevedra

De seguro que me atrajo la noticia tras leer las primeras líneas, no por lo que puede tener de morbo, cuanto por lo que tiene de manifestaciones de la condición humana; primero, el abandono por los familiares, incapaces ellos de sobrevivir con aquella enferma criatura; luego, la beneficencia de aquella época, lastimera y lastimosa. Y por último, la compasión de fundaciones y el cariño de todo un hospital donde residió toda una vida (77 años), excepto los tres primeros años... Sin poder hablar; sin poder andar; sin poder amar... Todo con gestos; todo con la mirada... Y quiso ver el mar; y un celador lo llevó al mar... El mar de las Rías Biaxas...

Es curioso, nos pasamos la vida sin detenernos en estas ajenas cosas: lo que nos faltaba, dirán muchos y con razón... Y desde este escepticismo que me corroe; desde esta miseria y pequeñez que es la vida de uno, la unicidad de cada uno frente a la inmensidad del resto; desde esta simple experiencia de vida, proclamo tanta grandeza... Sí, qué grande es la condición humana y qué grande la solidaridad; qué fuertes, sí, a veces... Para así seguir adelante, agarrados a la vida, ante tantas y tantas adversidades...

Amanezco en domingo de sol y luz de mayo, con la mar tranquila y un poco de morriña gallega...

2 comentarios:

  1. Hay veces que algunas historias nos hacen volver a creer en la condición humana....
    No tiene nada que ver con la historia,pero me ha recordado a mi abuelo.Se llamaba Agapío, pero en todos los papeles lo confundían y le ponían Agapito. Fue un maestro republicano que sufrío la represión franquista.
    Buen domingo de sol y luz!!!!!

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  2. Cuánto echo de menos a aquellos maestros republicanos, como su abuelo, con aquella dignidad... No los conocí (por la edad) pero los he conocido en la literatura, en la memoria oral de mis padres y en el cine... (La lengua de las mariposas, con aquel enorme Fernán Gómez, que en paz descanse)...

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