Como todos los días, ahí está, esperando una mirada... No descansa; no cesa en su impaciencia ni en su regreso, para volver a empezar...
Sí, nunca quieto, aunque siempre en el mismo lugar, en sus mismos contornos...
Como un ser vivo enclaustrado en el pozo hondo de su destino, siempre mira al cielo; ese azul de la vida;
espejo donde recrearse en coqueterías, y al que aspira imitar elevándose en alturas imposibles...
Y en ese cansino estar atado a la tierra que lo hunde, en ese malestar de su permanente olear en espumas,
al cabo, ya en su orillar, ruge y clama por su sitio en el mundo: más allá del comercio; más allá de los viajes...
Porque se sabe hermoso, y porque se recuerda azulado y venerado en muchedumbres...
Y porque se siente abandonado y solo de otoño...
¡Ay, el mar, mi mar!...
Ese mar, mi mar, que me reconcilia a diario con el mundo, mi mundo...
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