Luminoso amanecer de este último día gallego, que me retuvo en cama hasta altas horas... Mañana, cuando a estas horas esté entrando en tierras zamoranas, las primeras más allá de Galicia, ya sé lo que sentirá mi cuerpo, ya sé lo que llevaré en mi memoria, y ya sé lo que recordará mi alma...
No iré triste: el sur del Sur es mi lugar; pero sí iré sintiendo en el cuerpo, llevando en mi memoria y recordando en mi alma que hay una tierra hermosa, al norte del Sur, que dejaré atrás con mucha saudade, con mucha morriña y con mucha melancolía...
Pero no iré triste (la melancolía no es tristeza; es superior: es un fervor abandonado temporalmente que renacerá con más fuerzas de su contrariedad); porque regreso al sur del Sur, allí, a mis olores más cercanos, a los hábitos más míos, a mis gentes, a mis historias, a mis cuentos, a mis deberes...
Y porque vuelvo a ti, a estar más cerca, aún, de ti, que hoy tampoco te nombro...
Regresar no es volver; es, acaso, volver a iniciar otro regreso... Porque todo en la vida es regresar: siempre estamos regresando, nunca volviendo: volver es siempre una derrota, y regresar es siempre un triunfo; prefiero el regreso a la vuelta; si acaso, siempre volvemos a regresar, aunque sea a los abismos, porque tampoco aprendemos todas las lecciones...
Y así, regresaré, volveré a regresar, a estas tierras que me acogen, desde la primera vez, siempre como si hubiese nacido aquí y aquí mi primera luz y mis primeros olores, y no como un gallego que nació en el sur del Sur...
Un sur del Sur que verán mañana mis ojos con el mismo asombro que siempre los ve: la luz primera que lo vi se me quedó para siempre en mis estancias más hondas; y para distinguirla ya, también para siempre, de todas las demás...
Yo soy del sur, como lo es una tarde de Agosto en el mar que acoge...
Es el Mediterráneo; el mar que medita...
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