sábado, 3 de marzo de 2012

ERA UNA TARDE DE FEBRERO

Estoy solo en la oficina y me ha apetecido decírtelo...
No te lo digo mucho, es cierto; quizá por temor a que rehuyas, pero hoy, ahora, en este instante, siento necesidad de decírtelo: sé que desde aquel día fuiste mía; se te notaba tanto que no me lo tenías ni que decir... Pero quiero que sepas que yo sigo siendo tuyo, a pesar de que ya no eres mía: no es fácil olvidar que te amé tanto como nunca pensé que llegaría a hacerlo. 
Estas palabras parecen ya dichas antes, y por muchos otros hombres y a lo largo de la historia de la humanidad; pero para con las cosas del amor y de determinados sentimientos siempre quise decirlas con las palabras más sencillas, y no encuentro otras para decirte de mis afectos permanentes; por ti, hacia ti; de ti y de tus cosas, que nunca las olvido: ¡cómo olvidar tanta ternura!...

También quiero decirte que sepas que tu ausencia no es tal, y así se me hace la vida más fácil: siempre te tengo en algún lugar cercano; por ejemplo, ahora, en este momento, cuando estoy solo en la oficina y nadie me puede molestar, te veo por entre mis ropas; y sobre todo, por entre mis pensamientos... Porque siempre te pienso...
Quizá así, siempre así, estás y estarás conmigo a todas horas; tú, mi ausente, mi alejada...

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Comentarios