domingo, 20 de noviembre de 2011

LLUEVE Y LLUEVE EN MUCHOS CORAZONES

Desde que tengo uso y abuso de la razón, desde que me conozco y reconozco, siempre admiré de una manera sobrecogedora la complejidad de la vida, del mundo, del hombre... Y así, muchas horas pasé mirando a los cipreses que alcanzaban los cielos ante aquellos ojos asombrados de vida; como pasé días admirando torres y edificios elevados en alturas imposibles... Y recuerdo, también, el miedo que me dio el mar aquella vez: la primera. Aunque, lo reconozco también, desde entonces lo persigo y me persigue: nos buscamos como amantes desesperados en inseguridades y celos...
Pero sobre todas las cosas, admiré siempre la obra del hombre; las ciudades, los aviones, los barcos, los puentes, los rascacielos, las catedrales, las torres... ¡Ay!, las torres... Y sobre todo las obras del hombre de entonces, cuando entonces, cuando los pasados tiempos; con aquellas escasas tecnologías y herramientas, pero con un enorme conocimiento y espíritu creativo. Sí, siempre admiré el conocimiento, el saber, el hacer, el crear, el obtener de la nada... ¡Ay!, la sabiduría, la ciencia, el conocimiento científico, esa constancia, esa fe en lo incierto y llamativo del descubrimiento: esos espacios nobles de la bondad humana... Las ciencias y sus protagonistas: siempre me fue fuente de ánimos ciertos y necesarios... ¡Qué grande es "saber"!!!
Y así, cuando estoy un poco triste, ido; cuando, como hoy, amanece de lluvia en las afueras de una manera inesperada y cruel, y, así, el día se cae de triste y de melancolía, siempre recurro a estas cosas de los hombres, de algunos hombres, a los que aspiro, a los que admiro y a los que les tengo siempre mi mayor devoción. Como también me asomo al mar para decirle que sigo buscándome en él...
Claro que, de la misma forma que admiré siempre la inteligencia, el saber, el conocimiento, también sufro -y mucho- al constatar que hay hombres que no aprenden o no quieren aprender; no ya de la historia colectiva, sino de la personal. Quiero entender y comprender que les falta quizá capacitación, y eso es verdaderamente una tragedia de la naturaleza: no todos nacen dotados para todo. De lo contrario, no soportaría constatar que además de tanta inteligencia y saber, en el hombre se visualizan también las más altas cotas de imbecilidad que podamos imaginar... Y el que hoy, los españoles, al borde de una quietud y parálisis económica, social y política de terribles consecuencias, les den el testigo del barco colectivo a los sin perdón para que nos lleven a puerto y a resguardo, reconozco que me deprime sobremanera, pues, antes al contrario, se llevarán todo el barco y nos dejarán, si acaso, en alta mar con escasos flotadores...
Se dirá: -Es que mandan otros y qué más da... Pues si da. Entre otras cosas, unos piden perdón cuando se equivocan y reconocen que no hay salidas; y desde luego con ellos habrá más flotadores para todos y algo del barco. Pero estos que nos dejarán en alta mar, si acaso con flotadores si hay para todos, ni siquiera piden perdón; es más, dicen que ellos son el perdón (será el de los pecados, de esos pecados que saben tanto sus amigos los curas, y que se los perdonan; luego, mucho antes que la Justicia terrenal)... 
En fin...

Desde que tengo uso y abuso de la razón, desde que me conozco y reconozco, me asombró tanto el saber, de igual manera que me deprimió siempre la ignorancia... Pero por encima de todo, lo que no soporto es la mentira, instrumento permanente de los poderosos para con aquellos menos dotados de inteligencia o asustados de la sociedad... Porque la mentira no sólo es ausencia de verdad. La mentira sólo persigue agarrotar las almas de un miedo tan cruel como paralizante, y que, encima de apaleados y abandonados por los sin perdón, les abona la comprensión para con aquellos poderosos y les darán las gracias, además, por haberles tirado el flotador en alta mar...

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