lunes, 12 de septiembre de 2016

DE LOS PERDEDORES Y DE LA VANIDAD

Siempre he pertenecido al mundo de los perdedores, en el sentido de no haber pertenecido al de los triunfadores, aquellos que para alcanzar lo que se proponen son capaces de cualquier cosa, ninguna -o pocas- decentes. Y hay otro tipo de triunfador al menos en su soberbia: aquel que se cree especial y superior... Y todos aquellos triunfadores suelen ser cándidos y aparentemente afables; pero detrás sólo esconden una terrible soberbia que puede con ellos hasta los límites del espanto...
Pero no soy perdedor en el sentido de no ser radical con el mundo de mis ideas; ese mundo, irrenunciable a estas alturas de mi vida y que tanto esfuerzo me costó fraguar en sucesivas derrotas; una radicalidad de la que te suelen acusar aquellos vanidosos de la nada, sabedores de que la ausencia de una moral, de una ética que les trascienda de aquella prodredumbre en la que habitan, es lo que precisamente les corroe...
Y leo a Sánchez Rosillo:
LA CANCIÓN DE LA VIDA
Que no ceda tu espíritu
Ante el adverso día, hasta que al fin
No tenga más remedio la miseria
Que soltar a su presa y retirarse,
Ladrando aún desde lejos.
Tan sólo entonces te será posible,
Libre de daño o culpa,
De cobardía o de complicidad,
Regresar a tu casa, abrir la puerta
Con confianza, sin temblor, alegre,
Y oír en las estancias apacibles
La canción de la vida.
Eloy SÁNCHEZ ROSILLO


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