Siempre me gustaron las mañanas de los sábados. Amanecer tardío a la vida, comenzar las cosas y sus asuntos con esas deshoras y esos tiempos aletargados; y con el desdén en pereza infinita...
Como si tuviésemos toda la vida por delante...
Sí, cada mañana de mis sábados es -y siempre las fueron- como un renacer de nuevo a la vida... Y siempre que renazco al mundo me creo que comienzo, de verdad, a vivir otra vida; y como tal, me comprometo a ciertos deberes morales, a ciertas pasiones olvidadas, y a ciertas emociones que ya creí perdidas para siempre...
Porque yo aún soy la vida...
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