lunes, 22 de marzo de 2010

LEYENDO A CABALLERO BONALD...

Las tardes ya son más amplias, más lentas, más hermosas... Y así, el crepúsculo, esa forma tan extraordinariamente sutil que tiene el día para recibir a la noche, se alarga en minutos, en secuencias, en espacios...
Y mientras ese prodigio diario de la naturaleza se producía, tenía entre mis manos una antología de poemas de Caballero Bonald: tener varios libros abiertos de permanente referencia es un juego que siempre me divirtió. Y entre sus poemas me detuve en este quizá testamento estético y vital de todo un portento de literatura. El poema se titula SUMMA VITAE, y dice así:

SUMMA VITAE


De todo lo que amé en días inconstantes
ya sólo van quedando
rastros,
marañas,
conjeturas,
pistas dudosas, vagas informaciones:
por ejemplo, la lluvia en la lucerna
de un cuarto triste de París,
la sombra rosa de los flamboyanes
engalanando a franjas la casa familiar de Camagüey,
aquellos taciturnos rastros de Babilonia
junto a los suntuosos barrizales del Éufrates,
un arcaico crepúsculo en las Islas Galápagos,
los prolijos fantasmas
de un memorable lupanar de Cádiz,
una mañana sin errores
ante la tumba de Ibn´Arabi en un suburbio de Damasco,
el cuerpo de Manuela tendido entre los juncos de Doñana,
aquel café de Bogotá
donde iba a menudo con amigos que han muerto,
la gimiente tirantez del velamen
en la bordada previa a aquel primer naufragio...

Cosas así de simples y soberbias.

Pero de todo eso
¿qué me importa
evocar, preservar después de tan volubles
comparecencias del olvido?

Nada sino una sombra
cruzándose en la noche con mi sombra.

J.M. Caballero Bonald

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