viernes, 26 de marzo de 2010

DOÑA LOLA

Llamarse Dolores, para alguien que está sano, pareciera una contradicción. Pero como los nombres los hacen las personas, y como madre se llamaba Dolores, María de los Dolores, Doña Lola -como la llamaba la gente-, pues Dolores fue siempre para nosotros un nombre hermoso, como lo era Doña Lola. Y como la sobrina mayor nació también con aquel carácter de su abuela, pues lleva también su nombre, Maria Dolores, Lola, la sobrina mayor.
Madre, ya no vamos, como hacíamos todos los años, a aquella tu casa, nuestra casa (ya sabes, aquella siempre será nuestra casa). Y no vamos porque tú, un día, decidiste que ya estaba bien, que ya no querías tener más Dolores; que Doña Lola ya no podía más; que se agotaba, que había sufrido ya lo suficiente y que había, también ya, disfrutado lo necesario como para superar tanto dolor como el que padeció en su vida: su matrimonio, su viudedad, la pérdida de su hijo mayor... Demasiado para una madre; demasiado para una familia...
Madre, siempre supiste de mi asombro ante tu fortaleza, tu grandeza y tu bondad. Y así, cada año, cuando llegan estas fiestas, cuando llega el Viernes de Dolores, me repito para mis adentros: ¡ojálá, madre, yo hubiese tenido el coraje, la bondad y la fortaleza que te llevaste contigo! No he conocido a persona tan fuerte como tú; como no conoceré ya a persona tan bondadosa como lo fuiste tú. Madre, ya sabes también que desde que te fuiste ando por el mundo muy desamparado. Y así, ya sólo tenemos un objetivo en este oficio de vivir: a diario, todos, tus hijos, tus nietos y compaña, intentamos imitarte en tu tanta fortaleza y en tu tanta bondad para con los demás...
Felicidades, madre; todos sabemos que en donde quieras que estés, de seguro, te estás riendo....
Felicidades, sobrina: te honra llevar su nombre.

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