sábado, 20 de marzo de 2010

GRISURAS EN LA MAÑANA...

Amaneció con grisuras amenzantes de lluvia. La amenaza es peor que la certeza: son los temores permanentes de cambio, frente al dolor de la realidad constatada y asumida. Pareciera que los dioses no nos quieren ofrecer aún el sol, cuando hoy, dicen los meteorólogos, ha llegado, al fin, la primavera.
Y la semana que viene, si también así lo quieren mis dioses, partiré para la tierra prometida, donde aquel otro refugio es más tranquilo y menos obsceno para con mis convicciones morales: no soporto la semana santa...
Muchas veces me digo, tras recuperar con tanto ahínco y forofismo la llamada fiesta de los toros, aquella otrora nacional, la abanderada de aquel nacionalcatolicismo que padecimos como régimen, así como toda aquella estética de las fiestas populares y la semana santa, sólo falta, me digo, a veces, recuperar a Franco bajo Palio... Me da vergüenza ajena de dónde ha acabado aquel laicismo socialista y republicano, habiendo creado esa pantomima del paganismo de la semana santa para justificarse, cuando en esas organizaciones rancias que llaman Hermandades se refugia, las más de las veces, lo peor de cada casa... Esos meapilas siniestros, que además se manisfiestan contra el aborto aprobado ya hace 30 años, han conseguido que los alcaldes llamados socialistas, no sólo les subvencionen sus franquistas espectáculos (y no me refiero a pasear vírgenes, bellísimo espectáculo, sino a la esencia de sus protocolos para-militares y eclesiales), sino también, el que aquellos mismos alcaldes presidan sus desfiles, actos que llaman ellos fiestas paganas y, además, que aportan riqueza a la ciudad en forma de turismo, como forma de justificar esta regresión social, estética y ética.
Para entonces, uno está ya en el declive de todos sus temores y aparece la cruel realidad de los traidores, de los mediocres y de los que sólo aspiran al poder por el poder: la política como beneficio y como oficio, y no la política como servicio público transitorio y de transformación de la realidad.
Y, claro, para ello, París bien vale una misa...
Así nos va...

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