jueves, 5 de abril de 2007

3 DE ABRIL DE 2007

Recuerdo aquellos años, recién llegado a Sevilla, con cierta melancolía. Era joven y vivía la vida que quería vivir, aunque eso sí, era muy cansina. Por aquellos entonces no cocinaba apenas nada, y comía y cenaba en la calle… Y no paraba de viajar… Eran los años que podemos considerar como los de la plenitud de la vida: la treintena y la cuarentena. A partir de aquí, del final de la cuarentena, todo va a peor… Eso sí, se alcanza la plena madurez; pero una madurez que sólo te lleva ya al escepticismo total y completo. Y es la gran putada de la vida: cuando al fin constatamos que parecemos dueños de nosotros mismos, aparecen los primeros síntomas de la decadencia física, y los últimos suspiros de la decadencia intelectual. Y moralmente alcanzamos entonces la complacencia y el desdén hacia todo lo que ocurre en el mundo que nos rodea…
Y al fin y al cabo constatamos que la vida se repite una y otra vez, gracias a que nos vamos de ella sin saber por qué y para qué vinimos a vivir a este mundo: el día que se sepa, la vida no se repetirá más.
Porque todo es un camino -sin retorno- hacia la nada; una nada que vuelve a transformarse en vida para, con los años, volver a ser nada una vez más… Y sin solución de continuidad…
Esa es la historia de la humanidad: una historia de la nada hacia la nada…

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