jueves, 5 de abril de 2007

5 DE ABRIL DE 2007

"Aregos, 25 de diciembre de 1954. En el paisaje de mi vida hay dos ríos: este Duero de aquí y el Montego. Uno refleja las mesetas de mi niñez y el otro los valles de mi madurez. El primero, caudaloso, enlodado, ansioso, hecho todo él de torrentes y torbellinos, corre entre viriles peñas, caliente de sol y savia; el segundo, límpido, fluido, paciente, se desliza sin alardes a través de arenales de erosión. Pero en ninguno de ellos encuentro la imagen del hombre que me gustaría ser. A mi agua del pasado le falta cierta claridad purificadora, y a la del presente más fuerza de arranque. Tal vez, ambas, mezcladas, pudiesen conseguir el milagro. Lo peor es que, además de que la naturaleza no lo consiente, sería necesario también que en mí se pudiese sumar lo que fui y lo que soy. Sin embargo, cada uno de nosotros es un ser hecho a base de pedazos, en espera del día del juicio. Entonces, sí. Entonces tendremos la unidad de esos jarrones de los museos que los arqueólogos consiguen rehacer, pegando los fragmentos."

Bellísimo texto. Estos diarios de Miguel Torga me conmueven… Pessoanos, y estéticamente suaveS; como la mañana que me ofrece este día de abril, día de jueves santo, y que, afortunadamente, ya no son lo que eran… Recuerdo aquellos oficios de las semanas santas de entonces; así llamaban a un ritual siniestro y cansino de iglesia en iglesia y que no acababa nunca, a los que obligaban a los niños a asistir; en aquellas tardes sórdidas, con mujeres en ayunas tras haberse hinchado el día anterior de torrijas y de roscos de Mati, con velos oliendo a colonias baratas de La Castilla, acompañadas -a regañadientes- por aquellos disciplinados maridos de la España matriarcal más profunda, cual era la rural… Y recuerdo que cuando ya tenía 14 años le dije a madre que no quería ir a los oficios, que mi conciencia agnóstica no me lo permitía… Y me cruzó la cara como cuando los curas lo hacían…
Siempre tuve la convicción de que madre estuvo todo el resto de su vida arrepintiéndose de aquello; y también tengo la certeza de que no debí decírselo, pero nunca más fui a los llamados oficios, ese ritual siniestro y atormentadamente falso: nunca admití asistir a ceremonias de las descreemos, por el sólo hecho del qué dirán… Con el tiempo, y con los años, uno aprende, que además de la conciencia, existe la conveniencia…
Y hoy, cuando es jueves santo, el día, al fin, se abre en sol radiante; y el mar de enfrente invita a pasearlo y contemplarlo…
Sin oficios; pero con madre en la memoria.

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