sábado, 7 de abril de 2007

MADRUGADA DEL DIA 7 DE ABRIL DE 2007

Sigo atrapado, reincidiendo, en Miguel Torga… Al día siguiente de enterrar a su padre, en abril de 1956, con 49 años (yo tenía entonces tres años y medio), escribe:

Coimbra, 27 de abril de 1956. Soy ahora como una res despeñada a la que nadie puede ayudar. Lloro en el fondo del despeñadero, con el alma rota, y únicamente encuentro consuelo en la desesperación. Lo que siento es un desamparo irremediable, una vejez súbita que me encorva, una soledad absoluta que me acobarda. Todas las obligaciones pesan sobre mí como pesadillas, porque ya nadie responde de mis actos con la responsabilidad de un progenitor. El número uno de la familia seré a partir de ahora yo, y cuando alguien pregunte por el dueño de la casa, o cuando la muerte llame de nuevo, tendré que salir a la puerta y decir: Aquí estoy. Ha terminado definitivamente mi infancia, y miro aterrorizado a ese insólito fantasma humano en que de pronto me he transformado.”

Definitivamente, extraordinario.

Y en septiembre de ese mismo año, escribe:

“Coimbra, 9 de septiembre de 1956. Hay en mí una raíz anarquista que no me deja soportar el poder. Me opongo a él porque degrada a todos: a quien lo ejerce y a quien lo tolera. Recorremos el país de arriba abajo y ¡qué triste es el paisaje humano! El rasero de la mediocridad ha igualado la mies dejándola en una pequeñez otoñal. No se oye una voz singular en el murmullo colectivo; no hay ningún grito que se superponga al croar monótono de la charca…”

¡Cuánta vigencia tienen estas palabras escritas hace más de 50 años!

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