domingo, 15 de abril de 2007

15 DE ABRIL DE 2007

“El herpes labial, cada vez más sospechoso de causar alzheimer“.
Esta noticia aparece en la prensa de hoy. Un fantasma más se me asoma inoportuno: yo padezco mucho de ese herpes; casi todos los años me sale alguno.
También tengo otro fantasma que me persigue desde la infancia; y les llamo fantasmas por convulsionar las zonas más ocultas del alma; aquellas que conforman nuestro sentir, nuestro estado vital, nuestra melancolía. Nunca se me fue aquella imagen de un hombre que por un problema en las piernas (quizá polio) se arrastraba por los suelos, con aquellas piernecillas enclenques como las mías, pero sucias, cuasi descalzas, y aquellas manos trabajando, reptando por los suelos… Y cerca de nosotros, los niños del jardín de los abuelos, vivían los Fernández, el primo Miguel Fernández como nos llamábamos, en cuya casa, en el zaguán de mármol, pasábamos sentados las horas más crueles de aquellos veranos de uvas palma y niños en cueros… Y Miguel tenía un hermano que padeció de polio: de cintura para abajo todo su cuerpo era una pura cacharrería; y se caía mucho, contra aquel mármol duro, frío y solidario para con nuestras tardes de verano… Pero al menos, se podía poner en pie… Y podía llegar a tener una cierta dignidad en su vida, como la tenía la señora mayor de la lechería de calle Cárcer, donde comprábamos las locas, y que también padecía de polio. Y como mi amigo Juan , al que conocí más tarde y que siempre que se caía; y que no le gustaba que se le ayudara; si necesitaba ayuda él la pediría. Y aprendí que a los cojos no les gusta que se les tenga lástima: los acompleja más.
Pero la imagen de aquel hombrecillo, casi pordiosero, que reptaba por aquellas aceras sucias, llenas de extremidades de las “bestias” -así les llamaban los agricultores a sus mulos y burras-, aquella imagen nítidamente ha permanecido siempre en mi memoria. Y muchas noches de aquella infancia siniestra de curas, rosarios, oficios y ocultamientos, me desperté llorando con aquella imagen dolorosa, terriblemente injusta, sin ayuda de ningún tipo, ni física ni material, cruel, arrolladoramente impactante, y que nunca debía un niño haber visto, como nosotros la vimos: llenos de comodidades, de cariño, de mimos, de cuidados y de ternura, a pesar de todos los pesares…
Definitivamente, aquella imagen me marcó para siempre; ella me mostró la insolidaridad y la desigualdad del mundo que me ha tocado en vivir. Y siempre pensé que aquella imagen, esa imagen que siempre me acompaña desde entonces, ha formado mi carácter, mi rebeldía, mi escasa idolatría, mi tristeza, mi locura y mi melancolía…
De la misma forma, y en este caso no tengo referente tan cruel como aquel hombrecillo que reptaba, cada vez que veo a un ciego vendiendo lotería, siento también cierta amargura y tristeza; y cierta repugnancia hacia los poderes públicos. Y es que, si bien para paliar la polio hoy se vacuna a todo español sea de la condición que sea, si naces ciego y no dispones de medios suficientes, se hará cargo de ti una institución limosnera, caritativa, franquista, cual es la ONCE (algún día deberán investigarse las cuentas de esta pantomima de la solidaridad-limosnera de la llamada ONCE; pero no lo harán: los poderes públicos se han quitado de encima la gestión de este colectivo y sus profundos problemas), y te meterán en una cabina de un metro cuadrado, enrejada cual cárcel, cual cabina de Mercero, cual preso expuesto en la calle antes de apedrear para burla del colectivo que puede ver. Y siento una rabia contenida, mezcla de vergüenza ajena y de odio. No hay derecho tener que estar tantas horas enjaulado (y por lo menos no les llueve, ni pasan tanto frío, como antes, que estaban en las calles, en las esquinas, en los jardines, en los espacios de aquella España siniestra del franquismo). Y llegó a reconocérsele a Franco aquella gran obra; y llegó la democracia; y los poderes públicos consolidaron ese modelo limosnero donde se traslada a los ciudadanos, y a su ludopatía limosnera, la gestión de un problema social de ese calibre; eso sí, y tengo pruebas muy recientes en mi vida, sus dirigentes viven como dioses. Desde los locales, hasta los nacionales.
Hora es ya de que los poderes públicos se hagan cargo de políticas sociales directas para con este colectivo, más allá de incentivar la ludopatía caritativa de sus súbditos (a veces lo somos; eso de ciudadanos es un estatus reservado sólo para países verdaderamente solidarios y verdaderamente democráticos; España sigue siendo un país enormemente insolidario -aunque hay que reconocer ciertos avances-, y con mucho déficit democrático: listas cerradas, ausencia de primarias, distritos electorales muy difusos…).
Y en El Corte Inglés más cercano a la urbanización donde habito, nada más subir del parking te tropiezas con una de esas cárceles móviles de un metro cuadrado, enrejada por aquello de los robos, y ocupada por un quiosko de la ONCE; y donde han metido a una hermosa muchacha, rubia, a la que acompaña un hermoso y bellísimo perro divinamente amaestrado; y digo divinamente porque no puede haberlo hecho hombre alguno: el perro parece una criatura celestial… Y entonces me echo a temblar… Y le compro cupones; y sé que hago mal; que hay que ser solidarios vía impuestos, y no lismoneros vía capacidad adquisitiva a cambio de incentivar nuestra ludopatía. Pero me llena de lástima aquella hermosa criatura; un sentimiento, la lástima, que humanamente es insoportable; y solidariamente rechazable. Y entonces me acuerdo de mi amigo Juan, que tampoco quería lástima; y del hermano de Miguel Fernández; y, cómo no, de aquel hombrecillo que reptaba por las calles de mi infancia pidiendo limosna, o pidiendo ayuda, o pidiendo solidaridad…. El no distinguía, como yo distingo...
Ayer, como ya he comentado, estuve en el acto de presentación de la candidatura socialista al Ayuntamiento de la localidad donde se ubica aquel Corte Inglés del quiosko de la ONCE referido. Y al terminar de hablar los que tenían que hacerlo y fueron subiendo uno a uno los componentes de la lista, de pronto veo subir a la niña de la ONCE de El Corte Inglés referida, acompañada de su inseparable perro… Y tengo que reconocer que me emocionó como nunca antes lo había hecho…
Hoy, cuando hace un sol soberbio, cuando aún no me he arreglado para salir, he sabido que el herpes labial, cada vez es más sospechoso de causar alzheimer; que los dioses no permitan esta certeza; pero de ser así al menos habré borrado para siempre la imagen de aquel hombre que reptaba y que tenía cara de bueno…
Y permanecerá en mi escasa memoria, eso espero, la de aquella otra hermosa criatura que dejó la jaula de la ONCE para dedicarse a ser concejal del Ayuntamiento de su pueblo, porque sus solidarios conciudadanos así lo decidieron.

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