jueves, 10 de mayo de 2012

LLORARÉ SOBRE EL ESTUARIO

LO QUE ME QUEDA DE MIS DÍAS...

No sé si cuando llegue mañana a Lisboa me podré contener; lo mismo no puedo y, al asomarme al estuario del Tejo, lloro cual adolescente despechado de una manera profunda ante tanto desasosiego (esa palabra tan portuguesa) como el que me produce a diario el mundo y sus golfadas, vestidas de mentiras y fullerías: hasta se ha perdido el decoro, las formas y los modos.
O quizá sólo me queden ya fuerzas para intentar buscar a Pessoa y emborracharme con él en su casa-museo, rodeado de su infinita obra y de su desdicha, también infinita...
Lo mismo el llanto sólo sea ante la hermosura de regresar a contemplar la belleza de la ciudad que amo, que persigo y que tiene nombre de mujer, y me ayude a olvidar tanta indecente manera y hábito...
Sólo llevo aquello que necesito para regresar siendo mejor persona; no sabría decir qué, pero sólo llevo lo preciso. Otras cosas no se llevan, van; como las personas que inevitablemente vienen siempre conmigo y aquellas que se encargará la memoria de traerme en el preciso momento; aquel en el que, también de una manera precisa, te reprochas por la ausencia, ese vacío que impide gozar plenamente de ese determinado momento al no serlo de una manera compartida; porque vivimos para compartir lo vivido; como soñamos para vivir lo que no hemos vivido ni, por tanto, compartido.
Hablo de esas personas que conforman los afectos y que habitan siempre en nosotros; aunque a veces en forma de memoria, aquella forma de vida de los ausentes...
Agua dulce, agua salada...



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