Comentaba en la mañana que mi generación, la de os que vinimos al mundo en
los primeros 50, siempre tuvo que tomar todas las decisiones
importantes de la vida desde la más absoluta ignorancia, y desde la
total soledad; nuestros padres estaban en sus terribles realidades y sus
memorias de horror como para dedicarnos poco tiempo y ternura. Y así, apenas
sabíamos nada de la vida cuando tuvimos que elegir de qué vivir; y
apenas sabíamos nada del hombre cuando tuvimos que convivir con él... Y
sobre todo, apenas sabiamos nada del mundo cuando nos enseñaron que
además de nuestro paraíso familiar (el de algunos) había otro mundo
terrible en las afueras, más por culpa de todos que por culpa de sus
protagonistas.
Tampoco supimos nada del amor y de la ternura cuando empezábamos a descubrirlo con las primeras mujeres; de muchas nos enamorábamos perdidamente y muchos apenas las tocábamos, no fueran a estropearse, como me dijo una vez el hermano Rafael...
Muchas veces me recreo en estas cosas de mi generación; y siempre siempre concluyo que quizás en esa inocencia está el sentido y el secreto de la vida: de haberlo sabido todo antes de la experiencia, quizás no se hubiese llegado a todo lo que llegamos sin saber qué era ni las consecuencias que para nosotros tendría el llegar hasta donde llegamos en la vida...
Tampoco supimos nada del amor y de la ternura cuando empezábamos a descubrirlo con las primeras mujeres; de muchas nos enamorábamos perdidamente y muchos apenas las tocábamos, no fueran a estropearse, como me dijo una vez el hermano Rafael...
Muchas veces me recreo en estas cosas de mi generación; y siempre siempre concluyo que quizás en esa inocencia está el sentido y el secreto de la vida: de haberlo sabido todo antes de la experiencia, quizás no se hubiese llegado a todo lo que llegamos sin saber qué era ni las consecuencias que para nosotros tendría el llegar hasta donde llegamos en la vida...
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