sábado, 31 de octubre de 2015

AMO LOS CEMENTERIOS Y SUS CIPRESES

Lo he dicho alguna vez: me gustan los cementerios... Y me gusta visitarlos en las ciudades que paseo. Conozco algunos; me quedo con el de Prazeres, de Lisboa.
Estos días son objeto de masivas visitas; respetaré siempre todas las tradiciones que no supongan violencia o retrocesos en el desarrollo de la razón y de la ciencia; unos días abarrotados de gente que acude a echar de menos a los suyos, bien rezando los que saben y creen, bien, poniendo flores en sus tumbas...

Yo esperaré unos días para visitar el más cercano a mí y a mi memoria; esperaré a que acaben estos días tan masivos; pero no tardaré para poder verlo embellecido en cales, en flores y en olores irrepetibles...
Y contemplar los cipreses, ese árbol tan leal siempre a la memoria colectiva enterrada; y muerta, sí, pero nunca olvidada...
Sí, lo he dicho alguna vez: me gustan los cementerios; como me gustan los cipreses que lo elevan; quizás porque siempre regreso a los primeros años, aquellos de los veranos en Tolox, cuando al divisar los cipreses que señalaban el camino de entrada al rancho de La Vegueta, ya desde los primeros montes, y al modo cómplice, sentía una infinita alegría que nunca jamás he vuelto a sentir en mi vida...
Eran los años de la inocencia, de la libertad del campo; de las ovejas, del trigo, de las chumberas y de la alberca... Pero era, sobre todo, la lejanía de los curas, del colegio, de la ciudad...
Aquellos cipreses aún hoy señalan un origen.
Y un inevitable destino.


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