miércoles, 16 de junio de 2010

UN CREPÚSCULO...

Empujado al mar; la tarde crepusculeaba. Pronto la torre vigía anunciaba el espectáculo: Gibraltar; y al frente, Africa...
A la derecha, la soledad de las palmeras, como queriendo cruzar al moro, donde habitan las que producen los dátiles más carnosos.
Y el sol empezó a bañarse en el mar; sin pudor, sin excusas: -es la hora de descansar, se dijo. Y así fue.
Y al tocar las aguas, pareciera el fuego eterno en su fortaleza.
Las palmeras, espantadas ante el espectáculo, sólo podían añorar su calor, ante la extrañeza y gozo de los presentes, que ya sólo tenían fuerzas para contemplar la hermosura del declive.
Y las dunas enverdecidamente oscurecían, y se ocultaban en la negritud de su deseo; frente al mar eterno, azul y suave, sin apenas espumas dolorosas...
Veleros partían, entonces, después de un día de muelles necesarios: la mar estaba en calma, y el cielo protector amarilleaba esplendoroso y seductor.
Para entonces, las aguas se ofrecían amoratadas, fucsias, anaranjadas y violáceas, y fue entonces la hora del regreso...
A la torre, a las palmeras, a la noche, al adiós...
Pero nunca al olvido...

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