jueves, 22 de mayo de 2008

LA CONDICIÓN HUMANA (5)

Los hombres son los actores de la historia. Una historia sin hombres no es posible: la vida es humana, y todo lo que en ella sucede... Como los partidos políticos, compuestos por hombres. Unos, movidos por una actitud ética y estética ante la vida; otros, por aquello de Lampedussa: "es preciso que todo cambie para que nada cambie". Y los que en ella actúan, si bien en sus comienzos estuvieron movidos por aquellas actitudes ético-estéticas o lampedusianas, lo hacen para entonces por mera ambición personal de poder, o de mantenimiento en el poder: "virgencita, que me quede como estoy"...
Y entre sus delirantes y obsesivos objetivos está aparecer, o intentar aparecer, como unos colectivos unidos internamente, pensando que el electorado es imbécil y castiga a aquellos que aparecen divididos. Y para ellos aparecer divididos es no aparecer disciplinados, cuando los electores lo que castigan no es la indisciplina, sino el descaro con que batallan sus ambiciones de poder a las que disfrazan de diferencias ideológicas. Ya quisiera el electorado poder asistir a un verdadero debate de ideas, y no a una patrimonialización de unos contra contra otros del mismo partido: "los que no están conmigo son enemigos del partido", se llega a decir
Y curiosamente, estas batallas internas en los partidos se dan en la oposición, cuando no se detenta poder. Y eso está ocurriendo ahora mismo en el PP, o en el PSOE de Málaga. Es decir, mientras se detenta poder están prietas las filas: las ambiciones personales están repartidas y administradas más o menos con cierta conformidad colectiva (excepciones siempre las habrá; el poder no es perfecto en su adjudicación de cuotas). En cambio, cuando aquel poder desaparece, entonces aparecen aquellas disputas internas: no hay poder para todos, y como la oferta de poder no puede satisfacer la demanda interna, aparece la batalla cruel y despiadada: que te quites tú, que quiero estar yo, que además tengo una gran diferencia ideológica contigo: no me gusta tu barba, ni tu forma de vestir, por ejemplo...
Y es que la condición humana, como protagonista del ser y estar de los hombres, al ser éstos los protagonistas de la historia, podemos concluir que es, una vez más, aquella condición humana, disfrazada esta vez de ambición, de mentira y de vanidad, la que es la verdadera protagonista de la historia.