La vigente Constitución española obliga a que los partidos políticos, como órganos de participación política de los ciudadanos, tienen que ser democráticos en sus estructuras. Y si bien durante la transición política hubo que crearlos desde prácticamente la nada y hubo que improvisar sobre la marcha -lo que hizo que se crearan estructuras políticas poco democráticas interna y externamente, potenciando más los aspectos aparentes de unidad externa antes que abrir verdaderos debates internos, más basados en personas capaces de ganar elecciones que en ideas y compromisos políticos-, ya va siendo hora de cambiar esas estructuras obsoletas y regidas por principios poco democráticos, como a la hora de la elección de los candidatos a los diversos procesos electorales, cayendo aún hoy en el caudillismo, o en el clientelismo político, y no en la aportación de valores representativos y profesionales -o de ideas- que harían la vida de los ciudadanos más agradable, confiando en aquellos que han elegido, y tranquila, mucho más tranquila... Y sin crispación: ellos sabrían que los ciudadanos no la consentirían, quitándolos de enmedio a la primera de cambio.
Por eso, ellos, los políticos, no quieren hacer esas reformas democráticas: más de uno estaría donde debe; es decir, fuera de la política.
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