miércoles, 30 de abril de 2014

MAYO

La Ermita de Nuestra Señora de la Fuensanta -situada en la ladera de un monte desde donde se divisa un campo espectacular como es el del Valle del Guadalhorce-, la primitiva, es una iglesia rupestre de estilo mozárabe que data de 1529; la actual fue construida en 1680, sufriendo varias reformas a lo largo de los siglos.
La Ermita tiene una larga nave cubierta con bóveda de medio cañón muy rebajada y capilla mayor cuadrada con bóveda de arista, apareciendo toda ella decorada de yeserías barrocas, al igual que el camarín de la Virgen, una pieza muy pequeñita en madera que se cree correspondía a la sillería de un caballero medieval y que tras encontrarla un pastor es venerada como Virgen, llevando por nombre Fuensanta y patrona de Coín, el pueblo donde nací.
Allí, a su Ermita, el primero de mayo de todos los años es trasladada la Virgen de la Fuensanta, y al finalizar dicho mes regresa, en romería, al pueblo, a su altar, sito en la Iglesia de San Juan...

Cuando vivía mi madre, muchas tardes de mayo de aquellas primaveras subíamos a la ermita, entrábamos en la capilla y después comíamos en el restaurante que había al lado y que gestionaba la Hermandad de la Virgen de la Fuensanta. Y recuerdo que lo primero que me llamaba la atención era aquel olor a flores recién, aquellas mezclas prodigiosas de colores imposibles y aquella blancura y frescor que desprendían sus paredes: era lo más cercano al bienestar completo, eso que es la felicidad... Nosotros no rezábamos: ya lo hacía madre por todos; pero nunca he olvidado aquellos olores, aquellas palmeras, aquellos cipreses y aquella blancura cegadora... Claro que, tampoco olvido lo feísimo que era el recinto donde la Hemandad tenía el restaurante; como tampoco puedo olvidar cómo, con los años y la muchedumbre de su romería, han afeado el entorno al crear un recinto de casetas sin techos donde pasan las noches de la romería bajo toldos; un feismo indecente para con el soberbio entorno de aquella bellísima Ermita, donde muchas primaveras, en su mes de mayo, llevábamos a mi madre para que viera a la Virgen; allí, en su blanca y hermosa ermita, cerca del cortijo de la tía Luisa, la hermana de su madre, la abuela Carmen, y que tan exquisitas brevas daba cerca de aquel elegante rancho emparrado y ensombrecido de sol...

Aquellos olores, aquellos blancos, aquellos cielos de mayo, los llevamos dentro, en las entrañas, muchos de los que nacimos en Coín...

Mañana, en Coín, la Virgen de la Fuensanta, su patrona, volverá a su Ermita, su casa de primavera, donde pasará el mes de mayo entre flores, cipreses y palmeras...


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