miércoles, 20 de junio de 2007

18 DE JUNIO DE 2007

Está acabando el juicio del 11-M. Hemos visto de todo: unos hechos terribles, como consecuencia de un mundo terrible y de una España también terrible. Aznar nos llevó por unos derroteros -y en una posición de primera línea dentro de esos derroteros- que pronto empezamos a pagar, pero cuyo precio total está por definir.
Y se inventaron la patraña de la autoría de ETA como responsable de aquel 11-M (alguien que me sé engañó a Aznar; me falta saber si a conciencia o por error: o era ETA o perdían las elecciones). Y claro, las perdieron porque no fue ETA y no hicieron otra cosa que decir que fue ETA. Y como es tendencia general de todo político ante una realidad impresentable y a la que ha contribuido a crear con sus decisiones políticas, se enrocó; y erre que erre insistieron una y otra vez en la mentira de la autoría de ETA.
Pero lo peor de todo ha sido que para reiterar aquella mentira -hasta intentar hacerla verdad- se han usado todo tipo de medios: de la administración, de los jueces, de los fiscales, etc. Y, sobre todo, se ha puesto en cuestión el propio sistema judicial en uno de los actos más inmorales de cinismo político que una democracia puede llegar a soportar. Y poniendo sobre la mesa pruebas falsas a sabiendas de que las son; y poniendo en tela de juicio la escrupulosa instrucción: se han detenido a los autores en tiempo record, cosa de la que tenían que estar orgullosos estos auto-llamados servidores del estado, y que tanto dicen amar a España.
Y para rematar tanto disparate, hemos sido víctimas de una terrible presión mediática amarilla, sostenida por un iluminado de la retaguardia que dispone de una enorme influencia y poder, pero sin tener el coste de pasar por las urnas, y por el vocero mayor de la desobediencia civil, que con dinero que ZP le da a sus jefes los de la Iglesia esa de los Obispos católicos nos llama diariamente a una nueva Cruzada...
Y un país que tolera tanto despropósito, tanta inmoralidad, no puede salir ileso sin dañar su futuro democrático. Porque un país que consiente todo lo ocurrido con el 11-M, desde las mentiras hasta las pruebas falsas, es un país indecente e instalado en las antípodas de lo que podemos considerar un país democrático, con solvencia y con garantías de respeto hacia los demás poderes de aquel: el judicial y el legislativo.
El espectáculo ha sido y seguirá siendo de vergüenza. Y sus culpables, directos e indirectos, sólo deben tener el desprecio de la gente de bien, amén de no irse de rositas como pretenden.

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