jueves, 15 de noviembre de 2018

PAÍS DE CAMAREROS Y OLIGOPOLIOS...

Como quiera que la asistenta llega ya más temprano, temprano abandoné el nido. Y cual pájaro alcancé la ciudad de Fuengirola, donde asuntos varios me esperaban...
Tras solucionar algunos, entré en una cafetería a tomar café y un par de churros, ese prodigio de nuestra cultura gastronómica basado en harinas y aceites, lo más básico, lo más eterno...
Desde la cafetería intento solucionar asuntos con proveedores de servicios, tal la compañía de seguros del coche. Y tras intentos fallidos, y tras una cinta insoportable en su contenido y sus ruidos, uno ya empieza a amargársele la mañana al no poder hablar con una “persona humana” (la de Alba dixit, q.e.p.d.) sino con “una persona cinta” que te suelta un decálogo protección de datos, a sabiendas de que disponen de todos los nuestros, salvo, quizás, a qué hora desperté esta noche y fui al baño... Claro que, si se te ocurre encender el móvil en el baño en aquella madrugada, ¡hasta saben la hora en que fuiste al baño!!!!... Pero queda muy mono a efectos de cumplir la ley mientras uno va subiendo el tono de su enfado, sacando así lo peor de nosotros y acaba uno con aceleros y ahogos, y tirados cual colilla de borracho mendigo callejero al borde del suicidio!!!
Para colmo, uno recuerda que vive en un país donde se privatizó hasta la basura si hacía falta y donde politiquillos de tres al cuarto abanderan las privatizaciones de servicios en nombre de la competencia que beneficia a todos porque abarata el coste y mejora la calidad; cuando todos sabemos que ocurre al contrario: suben precios y baja la calidad del servicio, pues a la larga y a la corta pactan políticas de precios en sus ofertas...
Y es que hemos creado una sociedad en la que pareciera que el cliente es el proveedor y el proveedor el cliente; el mundo al revés en nombre del liberalismo económico, pensamiento y estructura productiva que ha fracasado a lo largo de la historia en cuanto a solidaridad y cohesión social de los ciudadanos...
Ya repuesto tras los churros, hago un par de gestiones más, me cruzo con gente que quiero y aprecio, y me acerco a la Biblioteca Pública de Los Boliches, donde, al cabo, me calmo y sosiego...
Ya sólo la paz del silencio me reconforta...

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