viernes, 5 de enero de 2018

APERITIVO NAVIDEÑO

Tomo el aperitivo en el centro comercial de la urbanización. Hace un día primaveral y apetece el amor; al menos, el amor a la luz del sol frente al mar... 
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Me sobra todo respecto a ropaje, pero soy comedido: estoy recién salido de una de mis crisis de resfriados imposibles. Conocerme bien me ha hecho algo más fuerte y previsor, pero, también, más desdichado...
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Al sol no se puede permanecer y hoy no hay nube alguna que llevarse a la boca...
Y es una tragedia que no llueva, ¡pero es tan hermosa la primera tarde!...
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Tengo en la mesa de al lado a un señor que está conectado a la red con un portátil pequeño. Su aspecto es de un hippie de los sesenta metido en tantos años que ya no alcanzará a cumplir los setenta. Quizás sea mi eremita, el extraño eremita que ha conectado conmigo y del que hace días no sé nada de él...
Tiene aspecto de haber sufrido mucho en la vida: las arrugas no son bellas, son un muestrario de sufrimiento de toda una vida. Lleva vaqueros, sin calcetines en unos náuticos, y jersey como aquellos de la nieve de aquellos años 60...
Su aspecto es de un sin techo tecnológico, con poca higiene y con coleta de pelo gris sucio y grasiento. No escribe, sólo lee. Quizás lee las cartas de amor que alguien le escribiera por entonces, cuando aún vivía, lo supongo, en la América profunda, quizás en Dakota del Norte, de la que huyó tras la victoria de Trump, esa América profunda caladero de los votos más reaccionarios de Trump... Aquella América que se ha vuelto para él insoportable ya para vivirla, tan solo, tan dejado, tan sufrido y olvidado que sería poner en peligro su vida de seguir allí por su carácter huraño y desdeñoso...

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