domingo, 24 de abril de 2016

UNA CONFESIÓN

Yo nunca he sido guapo. De niño era feo, muy feo; de adolescente, bastante rechazable. Y ya de joven sólo mejoré en simpatía y en lo que siempre me decían -y llaman- 'estilo', ese intangible eufemístico al modo 'pero es muy buena persona', tras decir alguien que es fea aquella misma persona...
No tuve complejo alguno nunca, afortunadamente para mi, salvo cierto decoro en mi comportamiento, más influido por una educación estricta que por complejo alguno...
En cualquier caso, ya en la última veintena una mujer a la que amé con locura me hizo superar toda duda, si la hubo alguna vez, que no la hubo, sobre mi aceptación social:
-No eres guapo, pero eres muy atractivo, me dijo.
-Y además, me dijo, -a mí no me gustan los guapos...
Ella era (es) bellísima. Y siempre, desde entonces, cuando me siento alejado de mundo, de vida y hasta de mí, me basta recordar aquellos días, aquellos años... Como un refugio de adentro, de tan adentro que sólo mío y que nadie ve ni nadie puede tocar; porque allí está y reside lo más sagrado -y oculto para los demás- de mi vida...


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