Cuando hace unos minutos llegaba de Torremolinos, de Playamar, aquel lugar de los primeros años 60 del pasado siglo, cuando padre nos llevaba a aquella playa tan glamourosa por entonces y cuando empezaban a construirse las torres de hoy.
Cuando al fin subí al ático de una de ellas y sentí un profundo abismo de tiempo, de historia, de memoria y de orfandad...
Allí me esperaba La gaviota de Chéjov, en una idea de la dueña del ático, mi querida Cristina Fernández, bajo la dirección de mi admirado Alberto González y con actores ad hoc, amigo alguno, como Antonio Caparrós. Y para mi sorpresa y agrado, en la puerta del ático, y al modo señalización, me encontré con una copia del dibujo que hice estando en Galicia para la ocasión y como forma de reconocer mi admiración y reconocimiento hacia todos y cada uno de ellos. Y claro, encontrarme con el dibujo fue todo un asombro, toda vez llevaba el original enmarcado para regalárselo a la anfitriona y madre de la idea...
Lo demás fue ya la magia de un grupo de seres humanos que nos regalaron algo muy elevado, inseguro -para mí- como el aire, pero lleno de pasión y de hermosura...
Ha sido una noche única, irrepetible: el teatro es el instante sin pasado. Y no permanece en el presente y no tiene futuro, por tanto: cada representación es una muerte...
Como la vida misma cuando hay afecto y ternura...
Muchas gracias,Cristina; ojalá más veces cerca de ti...
Cuando al fin subí al ático de una de ellas y sentí un profundo abismo de tiempo, de historia, de memoria y de orfandad...
Allí me esperaba La gaviota de Chéjov, en una idea de la dueña del ático, mi querida Cristina Fernández, bajo la dirección de mi admirado Alberto González y con actores ad hoc, amigo alguno, como Antonio Caparrós. Y para mi sorpresa y agrado, en la puerta del ático, y al modo señalización, me encontré con una copia del dibujo que hice estando en Galicia para la ocasión y como forma de reconocer mi admiración y reconocimiento hacia todos y cada uno de ellos. Y claro, encontrarme con el dibujo fue todo un asombro, toda vez llevaba el original enmarcado para regalárselo a la anfitriona y madre de la idea...
Lo demás fue ya la magia de un grupo de seres humanos que nos regalaron algo muy elevado, inseguro -para mí- como el aire, pero lleno de pasión y de hermosura...
Ha sido una noche única, irrepetible: el teatro es el instante sin pasado. Y no permanece en el presente y no tiene futuro, por tanto: cada representación es una muerte...
Como la vida misma cuando hay afecto y ternura...
Muchas gracias,Cristina; ojalá más veces cerca de ti...
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