miércoles, 24 de junio de 2015

YO TENÍA 24 AÑOS...



Yo tenía 24 años cuando pude votar por primera vez con total libertad en España. Era aquel 15 de junio de 1977 cuando votamos a nuestros representantes políticos en el Congreso y en el Senado.
Nunca he olvidado aquel día; no sólo forma parte de mi vida sino de la historia de España...

Por tanto, soy hijo de la transición política, y la viví con la intensidad con que vivíamos aquellos años, nosotros, los de entonces... Y, aunque ya no somos los mismos, una cosa que aprendí en aquellos años es que cuando uno se presenta a algo y no gana, uno se retira y se calla; y se espera a que escampe, que pase el tiempo, eso que somos, y si tiene razón el tiempo se la dará, pero con mesura, con discreción y con honestidad intelectual...

Han pasado los años y muchos son los perdedores que no sólo no se retiran sino que tampoco se callan... Y así, resulta patético, indecente, y poco saberse uno en sus limitaciones, el ver a diario a perdedores de batallas internas en sus colectivos -o externas para con la ciudadanía-, repito, sin irse, ni sin callarse...
Y sin esperar que escampe, ya están de nuevo dando lecciones morales a los que han ganado, a los que les han superado en votos, en apoyos, en afectos... Y así, vuelven a la carga, como diciendo: yo tengo la verdad y el resto, la mayoría que no me votó y se decantó por el otro, está equivocado...

Y para colmo, y sin pausa, comienzan a dar lecciones de autenticidad de las señas de identidad: -Yo soy la verdad, como portadores ridículos de la VERDAD DE ELLOS, como osados abanderados de las esencias auténticas de la organización a la que dicen pertenecer... Y se mofan del ganador; y lo intentan ridiculizar...
Y claro, aparece la melancolía...
Y una vez más dejan entrever que la vanidad, cuando no es satisfecha en la medida que esperamos de ella, nos convierte en títeres de todos los ridículos.

Sí, yo tenía 24 años cuando pude decidir por primera vez que siempre elegiría a los mejores posibles desde mi punto de vista y a los que me parecieran siempre honestos y cabales para con su propia dignidad... Los años me han hecho más viejo, pero no más clarividente: desde muy temprano supe que la vanidad sin control es la muerte de toda inteligencia.

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