viernes, 2 de febrero de 2018

CONFESIONES DE UN EREMITA, HETERODOXO Y ATEO (VII)

En correspondencia a su exquisita sinceridad contándome cosas de su vida, le mando a Samuel, el eremita sin ermita, heterodoxo y ateo, algunos retazos de mi vida en aquellos siniestros años de la posguerra, cuando vine al mundo... Me temo que entenderá perfectamente lo que sentía y siento aún hoy cuando recuerdo aquellos años...
"Yo nací en la posguerra, finales de 1952, en Coín, un pueblo a no más de 28 Km de Málaga, y cabecera del Valle del Guadalhorce...
Recién me (nos) llevaron al colegio de las monjitas del pueblo, unas inexpertas monjas que me enseñaron como pudieron a leer y a escribir... Yo era zurdo, y me obligaban a ir a diario con un pañuelo que mi madre me daba y al llegar me lo ataban en la mano izquierda para que no pudiese escribir con ella, obligándome así a aprender a escribir con la derecha. Y sí, escribo con la derecha, aunque sigo siendo zurdo para algunas cosas; por ejemplo, para cortar o untar el pan; pero aprendí a no ser zurdo en casi todo lo demás...
Con los años supe que eso que hicieron conmigo es una barbaridad, hasta llegar a saber que puede trastocar las cosas de la cabeza, ese misterio que llevamos arriba y que es la madre de todo lo que emocional y mecánicamente nos ocurre... Aunque yo las perdonaba porque me daban "pan de ángel" y unos preciosos escapularios...
Pero claro, desde entonces sé de las razones de mi locura, una locura que se acrecentó cuando al cabo, con apenas cuatro años me (nos) llevaron a los hermanos varones a Málaga con los Padres Agustinos, al Colegio de San Agustín, donde mi padre y sus hermanos fueron antiguos alumnos, y a mis hermanas al Colegio del Monte, donde la Tía África era monja y licenciada en Químicas...
Fíjate en la foto que te acompaño, en las caras del plantel de curas que soporté hasta "Preu": 14 años, los fundamentales de nuestras vidas, con estos personajes de profesores y disciplinas absurdas, dan para una historia de terror; ese terror con el que a diario entrábamos en aquel enorme y frío colegio donde había de todo menos ternura...
Y claro, entre monjas con pañuelos y curas castellanos tenebrosos y cuasi hitlerianos, así estoy, hecho un desastre de cabeza y alma... Y de cuerpo, algo sufrido de pulmones por mor de aquellos cigarrillos que a escondidas, durante los recreos, salíamos a fumarnos -tan temprano- en los jardines de la Catedral, donde nos acogían algo de paz y algunas confidencias..."
P.D. Cuando veo hoy a los niños entrar contentos en los colegios no sabes cuánto me alegro; pero enseguida regresan aquellos fantasmas para estropear el momento... Y así, claro, nunca tengo arreglo...

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