lunes, 16 de diciembre de 2013

FELICIDADES

¡Feliz Navidad para todos!

Siempre que llegaba esta última semana de colegio me ponía muy nervioso: la Navidad eran los buñuelos que hacía mi madre el día de la lotería (¡24 mil 835, 25 mil pesetas!)... Y eran los higos secos del campo que llegaban en ceretes artesanos... También era el olor a carnes rellenas, guisadas, prensadas, que comíamos a diario interminablemente... Y era la chimenea de la casa del pueblo, siempre encendida y siempre solicitada...
Pero, sobre todo, la Navidad era aquel inmenso belén que el carpintero nos montaba en el pasadizo, aquel espacio distribuidor que separaba el patio del jardín de la casa de los abuelos; cuando los años de silencios y de derrotas; y de enfermedades espantosas, como aquella que se llevó a la flor más hermosa de aquel jardín y que tenía mi edad de entonces...
Y eran aquellos enormes reyes magos; y los pastores; y los caminos y los puentes; y los campos de musgo que cogíamos del jardín; aquel que crecía debajo de los mandarinos, o debajo de los aguacates, o de las palmeras; o quizás de los arriates de flores que rodeaban aquel espléndido espacio donde no existía el mundo triste y siniestro de las afueras... Y también era aquel río de plata y aquellas montañas de corchos que se guardaban año tras año hasta que supimos que la vida vendría en serio y nos llegó de golpe...
Sí, siempre que llegaba esta última semana de colegio ya estaba nervioso...

Han pasado los años, muchos años... Ya no me gusta la Navidad; quizás porque ya no somos ni estamos aquellos los de entonces; y porque ya la vida nos ha enseñado a exigirle siempre una improbable verdad...
En cualquier caso, siempre me quedará aquella Navidad dentro de las entrañas...

“Por aquellos días Augusto César decretó que se levantara un censo en todo el imperio romano (este primer censo se efectuó cuando Cirenio gobernaba en Siria.) Así que iban todos a inscribirse, cada cual a su propio pueblo.

También José, que era descendiente del rey David, subió de Nazaret, ciudad de Galilea, a Judea. Fue a Belén, la ciudad de David, para inscribirse junto con María su esposa. Ella se encontraba encinta y, mientras estaban allí, se le cumplió el tiempo. Así que dio a luz a su hijo primogénito. Lo envolvió en pañales y lo acostó en un pesebre, porque no había lugar para ellos en la posada.”
(Lucas 2:1-20)

Sabed que os deseo siempre toda la felicidad del mundo; y como no, también en Navidad...
¡Felicidades!


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