jueves, 9 de mayo de 2013

ERA UN JARDÍN DE BOJES...

Era un jardín de bojes que dibujaban y dividían el espacio en dos mitades idénticas, recorridas por un pasillo amplio que comunicaba la casa, a través del pasadizo y el patio, con la reja en escalinata de mármol que daba al molino y las caballerizas, y que lo presidía una amplia azotea, desde las cocheras, las jaulas y las labores de “Ayalante”, hasta los arriates últimos que bordeaban las tapias de sus lindes y donde florecían todo tipo de plantas y todo tipo de arbustos...
Aguacates, palmeras elevadas, y mandarinos revestidos de azulejos, conformaban, cual parejas, las dos mitades de aquel jardín...
Era un espacio que se iniciaba con la fuente de la rana en el centro, a la que protegía la terraza del dormitorio principal del primer piso, que, al modo de pérgola que la ensombrecía, era sostenida por dos columnas de hierro forjado, como la balconada de aquella soberbia terraza y los bancos del jardín, al lado de los mandarinos; y justo al lado del pasadizo, después del patio, a la derecha de la fuente de la rana, aparecían las piletas de lavar, revestidas de cerámicas sevillanas, donde los niños nos bañábamos en verano...
Y era el pasadizo, donde se montaba el belén cada Navidad y donde la escalera de caracol que me servía de números circenses...

Siempre que me siento mal, con décimas, con toses, con malestar, o cuando a alguno de los míos le sucede algo importante (besos, Melli, Mode: todo saldrá bien), siempre me llevo a aquel lugar; era la casa de mis abuelos maternos, donde mis hermanos y yo pasamos la infancia, donde también vivimos algunas tragedias, y adonde siempre regreso en refugios, como hoy...
Y donde muchos días pasé enfermo mirando por la ventana al jardín que no podía salir a jugar...
Allí, donde madre nos llevó para protegernos de todas las ausencias...


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