Gracias a mis dioses doy por ello, pero el polvorín incontrolado de Afganistán, Irak, como consecuencia de aquel 11-S que acabó con las torres gemelas de New York, y las incertidumbres de Irán, de Corea, no presagian precisamente un horizonte de paz y sosiego en el mundo.
En cualquier caso, sirva este aniversario para tener presente -una vez más- que la maldad humana no tiene límites, y que, por tanto, siempre es la hora de la política, ese territorio de los pueblos cultos y desarrollados donde se dirimen democráticamente los errores y los conflictos humanos más allá de las armas, de la violencia y del terror.
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