lunes, 23 de julio de 2018

UN VIAJE (NECESARIO) MÁS...

El pasado martes, día 17 de julio, en la primera mañana iniciaba una nueva huida: sí, huir de Málaga en verano es siempre una necesidad urgente... Calores, y no sólo de sol y cielos, sino, y sobre todo, calores de masa humana inaceptable en sus formas, modos y costumbres...
La Málaga de los veranos de hoy es insufrible y rechazable toda ella...

Y así, al cabo, alcancé Olivenza, la que fuese portuguesa y que tantos vestigios de entonces conserva; ojalá España y los españoles pudiésemos aprender del civismo portugués, aquel que viene de derrotas, sí, pero con una dignidad y un acervo que pareciera que en el resto de la Iberia no se apreciara o valorara como se merece por aquello, quizás, de una cierta envidia en forma de desprecio y desdén... Un desdén de acomplejado supremacista que creo siempre hemos sido para con ellos...
¡Qué gran territorio sería la Iberia toda ella bañada del concepto de respeto y solidaridad que se siente por todo Portugal! Sí, aquella Iberia que el Tratado de Tordesillas debió iniciar, y no que sólo produjo más distancias y recelos repartiéndose los atlánticos del Nuevo Mundo en son de paz...
Más tarde, vendría Felipe II con apaños que no fraguaron sino en más recelos, tras la muerte del Rey Sebastián de Portugal... Y no fraguaron porque todo lo que no sea desde abajo y sin forzar en exceso nunca ha fraguado en la historia...

Con ese deseo de una Iberia unida continué al día siguiente por tierras castellanas, tan hermosas como abandonadas; tan extensas como desérticas... Y alcancé La Alberca, donde el tiempo parece detenido y donde la Peña de Francia la testimonia y protege...

No pude dormir bien aquella noche: los nervios por regresar de nuevo a Portugal me lo impidieron. Saber que tras la noche entraría en Miranda do Douro, atravesando el Parque Natural de los Arribes del Duero, es saber que no podría pegar ojo por la ansiedad de llegar cuanto antes... Pero una vez en el camino, alargué lo más que pude el trayecto para contemplarlo como se merecía...
Al fin, de nuevo en Portugal; y de nuevo esa sensación de sosiego que siento cada vez que piso suelo portugués; una sensación inexplicable, pero que tiene mucho que ver con mis viajes por aquellos lugares tan desconocidos hasta entonces por mi; conocer antes París que Lisboa es una cosa que no me he perdonado nunca: conocí París con 18 años y Lisboa, con más de veinte... Como también tiene que ver su fútbol (aquel Benfica de mi adolescencia!!!); y, como no, su literatura: haber leído a Pessoa desde 1983, con apenas 30 años y recién editado en español gracias a Ángel Crespo, y a Torga o Ferreira más tarde, cambió mi vida para siempre...

Y llegó la noche en el hotel de Miranda do Douro, encima de los Arribes; y fue una noche inolvidable por hermosa: desde la terraza del hotel divisé la caída del día y la llegada de la noche, hasta que el cansancio dijo basta: a la mañana siguiente había que regresar a Zamora para alcanzar Benavente y atravesar El Bierzo en busca de Ponferrada; y aún hoy, ya descansado, no soy capaz de explicar tantos sentimientos en forma de recuerdos de otros viajes por aquellos mismos territorios; y es que, como dice el bolero, uno siempre regresa a los viejos sitios donde amó la vida... Sí, regresamos siempre a esos viejos sitios, pero nosotros ya no somos los mismos y eso duele...

Sí, Ponferrada me esperaba señorialmente desde su Castillo de los Templarios... Y la Torre del reloj, con su arco tan parecidos al de Toro y su torre... Y al fin sabía que en las siguientes horas entraría en Galicia, atravesando El Bierzo hasta Monforte de Lemos, con su soberbio Parador Nacional presidiendo la ciudad, y dejando atrás Las Médulas y los primeros pueblos de Lugo... Más tarde, los sorprendentes cañones del Sil me llevaron al Monasterio de Santo Estevo, a las puertas de Orense... Y cual obispo y/o monje benedictino me reconocí recoleto y en silencio: sólo tenía ya fuerzas para sentir...

Y ya en la tarde del sábado 21, por O Carballiño y Cerdedo, entré, al fin, en la ciudad de Pontevedra, donde pasaré unos largos días...

P.D. Han sido cinco días con más de 1700 Km lleno de emociones irrepetibles; porque nada en la vida se repite, salvo la voluntad de que se repita... Como repetí y renové recuerdos para con los tantos amigos a los que les ataban y atan las tierras por las que fui pasando y viviendo...









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