Siempre que voy a iniciar un viaje largo en el tiempo me ocurre lo mismo. A los nervios de la ilusión de partir se une una cierta melancolía: la de dejar de ver a diario el mar, mi mar de enfrente; o la de dejar eso de las costumbres diarias, eso que es como dejar una sombra, una huella, y abandonar los espacios más íntimos para habitar en hoteles donde nada tuyo hay ni nada dejarás allí en el regreso…
Y sientes entonces la necesidad de imaginarte la felicidad de volver, ese día que entrando por la puerta pareciera haber conseguido una hazaña, cual poder prescindir de tu mar, de tus sombras, de tus huellas y de tus espacios…
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Comentarios