viernes, 4 de octubre de 2013

Tras pegar con los nudillos dos golpes en la puerta, dijo:
-Señor, el crepúsculo...
-Gracias, contestó...
Se levantó de la cama tras la siesta... Se puso la bata sobre el pijama, salió de la habitación, y se acercó al jardín. Allí, como cada tarde, le esperaba su butaca, una mesita auxiliar y su granizada de limón...
Nadie podía molestarle en esas horas de la meditación en silencio...
Al refrescar con la luz última, se retirará, como hacía a diario, a su escritorio. Lo mismo tiene ya materia suficiente para el próximo poema...
Sólo los días sucesivos lo supieron...


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