domingo, 24 de enero de 2010

¿POR QUÉ ESCRIBO?

"Escribo para crearle un espacio habitable a mi necesidad, a lo que me oprime, a lo que es difícil y excesivo...
Escribo porque el error, la degradación y la injusticia no han de tener razón. Escribo para hacer posible la realidad, los lugares, los tiempos, a los que esperan que mi escritura los despierte de su manera confusa de ser. Y para evocar y marcar el camino que he realizado, las tierras, las gentes y todo lo que he vivido y que sólo en la escritura puedo reconocer porque en ella recuperan su esencialidad, su verdad emotiva, que es la primera y la última que nos une al mundo...
Escribo para ser. Escribo sin motivo." (Vergilio Ferreira)

Venía por las tardes, a dormir la siesta; se metía en mi cama mientras estudiaba con una tenue luz para no molestarlo, aquella cama de la Sevilla de las tardes tórridas de primavera, cuando los estudios, cuando los 18, los 19 años... Cuando las melenas alargadas hasta el exceso; y cuando las imposturas elevadas también a otros excesos.
Ya antes, mucho antes, siempre fue mi protector y consejero; en músicas, en libros, en pintura... En todos aquellos ámbitos a los que la pedantería y la impaciencia me llevaban también con excesos. Y eran, antes también, los largos paseos por La Alameda; o por los campos llanos de Coín, donde las aguas cercan los maizales, por donde el verdor de la naturaleza se desparramaba hasta la ensoñación de los sentidos... Y también eran largas tardes-noches de chimenea y músicas de culto. De vez en cuando, Moustaki, como aquel disco que me traje de Francia y que acabamos devorando de tanto oírlo...

Sí, venía por las tardes; del cuartel, de aquellos espacios obscenos de una España impúdica, donde lo ramplón va unido a la indecencia; donde el infantilismo va incrustado al poder incivil de aquella España de Franco; eran los cuarteles, donde las milicias Universitarias para los estudiantes, obligaban a vislumbrar la rechazable orfandad de la cultura, la inadmisible falta de sensibilidad, y la indecencia.
¿Qué harían allí aquellos jóvenes cargados de sensibilidad, de sentido de la solidaridad, de esperanzas en un cambio ya inminente?, me preguntaba cada tarde que venía a refugiarse de tanta podredumbre, de tanta extrañeza, de tanto abandono...

Y llagaba tan agotado, tan extraño de lugar, de ámbitos, de territorios, de cercanías, que se metía en mi cama y dormía hasta las nueve... Sí, a las nueve tenía que volver; al cuartel; a lo ajeno, a lo imbécil, a lo impúdico y a lo escabroso...
¡Cuánto debió de sufrir!... Tanto como yo lo hacía cuando desde mi mesa, intentando estudiar, lo miraba una y otra vez sin solución de continuidad...

Se llamaba Modesto; y era mi hermano.

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