sábado, 9 de noviembre de 2013

GRACIAS, RAFA GARCÍA



De Cernuda a Cernuda
Palabras en Libertad
Rafael García Rico
Cambio16


Nos pasamos la vida conmemorando aniversarios de personas influyentes pero no avanzamos más allá de la primera página de su vida, aquella en la que se resumen biografía y producción. Me refiero a la literatura, la filosofía o la política.
Todo el mundo elogia a Churchill, pero no se leen sus memorias, por ejemplo, que son extraordinariamente interesantes y más ahora que se cumplirá el centenario de la primera guerra mundial. Se entresacan citas de los discursos y se presume con ellas en las conversaciones de bar.
Antes había lectores de solapas y culturetas de Reader Digest, conocimiento con alfileres, que presumían, con pedantería, de saberse la profundidad de los conceptos pero ocultando no haber pasado de los prólogos de las ideas. En la política de izquierdas anidaban seudo intelectuales que citaban obras imposibles para el oyente poco avezado en estratagemas de pinturería que se sentían menos ante tanta potencia verbal.
Hemos conmemorado a Cernuda a la misma velocidad que lo hemos hecho con Camus. Flor de un día para la prensa que rentabiliza aniversarios y efemérides. En Málaga, en cambio, han festejado a Cernuda leyendo sur versos. Lo sé por mi amigo Javier García, excelente pintor de versos y fantástico cultivador de Pessoa, de buen talante, culto y hombre de progreso, que cuenta en Facebook como Rafael Ballesteros, escritor y socialista, recitaba al poeta andaluz.
La lectura de la obra es el único homenaje que merece la pena cuando se trata de escritores en este país de postal y superficie resbaladiza. La banalidad de la urgencia o el obligado cumplimiento de tiempos imposibles – las horas veloces, decía Barral en sus memorias – hace que nos quedemos con un pensamiento de ciento cuarenta caracteres, que es de muy poco carácter y muy característico – perdón por el absurdo juego de palabras- de esta sociedad que se diluye.
Ala política debemos la simplificación de las ideas. Los comunicadores, lo sé bien, hablan de mensajes, de conceptos sencillos, de anécdota y categoría, como bienes exclusivos del líder triunfador. La arrogancia del político hace que a veces tome la llaneza por ramplonería, ignorando nuestras posibilidades de entendimiento, y cultive un espigón de granito entre su poderosa sabiduría y su prudente temple para manifestarla. Nos toman por lerdos, vaya.
Es lo que le pasa a este gobierno cuando caracteriza el lenguaje y hace de él un juego de sin sentidos y un absurdo. A veces, cuando veo a Montoro en televisión, tengo la sensación de que entre una frase y otra de esas que le han hecho célebre, va a ponerse a cantar como gene Kelly y que de los escaños adyacentes surgirá un grupo telegénico de seguidores de sus ideas, rematando la escena con un estribillo pegadizo.
Cernuda fue un hombre valiente, culto, con una personalidad arrolladora oculta en una timidez galopante. Le vencía, dicen los críticos, la arrogancia con la que no ocultaba una homosexualidad acomplejada: maricones y cernudos, le atribuyen a Buñuel, en poco edificante y homófoba actitud. Pero Cernuda traspasó el abismo que separa la literatura mayor de la menor, tan frecuente y aplaudida en España.
Cernuda no es poeta ni de un día ni de solapas. Ni de Wikipedia.


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