domingo, 16 de marzo de 2008

¡ÉRAMOS TAN INOCENTES!...

Cuando era más joven, quiero decir, mucho más joven, llegamos a creernos aquello de que España no entraría en la entonces CEE por problemas políticos. Pensábamos entonces que los motivos políticos eran determinantes para formar parte del club de la vieja Europa como club de la libertad y del respeto y defensa de los derechos humanos. Y recuerdo un acto antifranquista organizado por los estudiantes de la Universidad de Lyon, en el que cantó Joan Baez y había por doquier pancartas contra la dictadura de Franco. Yo tenía 18 años por entonces, y todo por descubrir... Y con la inocencia que produce el desconocimiento, y con la emoción de estar allí presente siendo de los pocos españoles que puede decir que allí estuvo con esas edades y en aquellas circunstancias, allí estuve, sí, gritando ¡Liberté, liberté, liberté!!!!..., entre canción y canción de Joan Báez con su guitarra...
Con los años vas descubriendo la verdad: aquella España ya no era la de la autarquía; en aquella España ya había capital extranjero europeo (ese que decía tener escrúpulos políticos como excusa de sí sabemos qué doble moral: la del beneficio) que obtenía enormes beneficios de una masa de más de 30 millones de españoles ávidos de consumo tras el desarrollismo de los años 60. Aquella España no era una democracia, pero había mercado, había beneficios y había riqueza potencial...
Viene esta reflexión a colación del conflicto que viven los tibetanos respecto a China, y las últimas oleadas de protesta reprimidas por el régimen y minusvaloradas conforme corresponde a todo poder no democrático. Y entonces, nos preguntamos... ¿En vez de condenar y criticar el mundo occidental lo que allí ocurre con las libertades, en China, por qué se le ha dado la posibilidad, por ejemplo, de organizar unos juegos olímpicos? ¿Y por qué si no hay libertades públicas van las empresas occidentales a hacer negocio?
Nuevamente la certera doble moral del beneficio de las grandes empresas multinacionales, y la catalogación de los chinos como potenciales consumidores, declina cualquier acción internacional frente a la denuncia de atroces acciones contra los más mínmos derechos humanos, aquellos que sólo nuestra inocencia de entonces, la del desconocimiento del ser humano, del mundo y de sus intereses más mezquinos, nos hizo soñar que el hombre acabaría triunfando en sus derechos más elementales frente a la mezquina doble moral del beneficio de unos pocos.