Haciendo tiempo para dejar descansar al hermano José Miguel, al que visitaré en la tarde, estoy tomando un gin-tonic en una terraza de Fuengirola, protegida de vientos... Y entra en la terraza un par de extranjeras de edad avanzada, algo así como los 70 años a ojos vistos... Se sientan al lado, a dos mesas de distancia, unos tres metros... Y me saludan:
-Hello!, me dicen. Y les devuelvo el saludo...
Tengo los cascos puestos oyendo en Spotify a Antonio dos Santos. Sus fados me llevan a Lisboa, la Lisboa eterna que amo; como ya antes el saludo de las dos extranjeras me llevó a aquellos tiempos en que los ciudadanos nos saludábamos al encontrarnos por las calles y aceras, en cualquier lugar, sin siquiera conocernos de nada...
Supongo eran los tiempos cuando aún no habíamos perdido ciertas maneras y esperanzas...
-Hello!, me dicen. Y les devuelvo el saludo...
Tengo los cascos puestos oyendo en Spotify a Antonio dos Santos. Sus fados me llevan a Lisboa, la Lisboa eterna que amo; como ya antes el saludo de las dos extranjeras me llevó a aquellos tiempos en que los ciudadanos nos saludábamos al encontrarnos por las calles y aceras, en cualquier lugar, sin siquiera conocernos de nada...
Supongo eran los tiempos cuando aún no habíamos perdido ciertas maneras y esperanzas...
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Comentarios