jueves, 18 de febrero de 2010

SEINTO VERGÜENZA; Y ASCO, MUCHO ASCO...

Siento vergüenza propia por no saber qué hacer... Es la impotencia; es el malestar de saberme verdugo; es la inconsciencia de no saberme víctima...
Y siento vergüenza ajena por saber cómo sobreviven muchos seres humanos en la miseria de la podredumbre del mundo que nos han vendido, que nos han dado y que, entre todos, hemos consentido...
Y es también la impotencia de no saber luchar contra la maldad, contra la injusticia, contra la indecencia colectiva que corroe nuestro mundo de hoy...

Ya sé; se me dirá... Nunca antes se vivió como hoy...
Ya sé, se consuelan...
Pero yo no...
No me puedo consolar cuando veo la miseria tan cerca, tan amplia y tan inhumana...

Ya sé; se consuelan así... Para sobrevivir, al menos, en su podredumbre y sus contradicciones...
Pero yo no: me lo impiden mis ojos, mi piel, mi memoria...
Y este presente; tan aquí, tan cerca, tan al lado...

Hace una hora más o menos, llegué de la oficina. Bajé la basura, y de regreso, vi gente hurgando, buscando, intentando encontrar algo que llevar a la boca... Ya en casa, en España Directo de TVE (una coproducción-negocio de gente conocida por mi -tantos años en este medio tiene eso, que conoces a sus protagonistas-, como sabedoras también de la carnaza que gusta a la audiencia, en su único ya regocijo de las miserias ajenas que les permita sobrellevar las propias), vuelven a las andadas: veo un reportaje donde una señora mayor, debido a esas pensiones de miseria que da el gobierno socialista (se les debería de caer la cara de vergüenza, propia y ajena, de las pensiones mínimas y ridículas que dan los gobiernos que se dicen socialistas y encima se vanaglorian de que bajan los impuestos o tenían superávit), hurga en los contenedores de basura en busca de algo que llevar a la boca; la acompaña un niño, que entiendo nieto; eso sí, el cámara intenta ocultar la identidad del menor (esa cursilada-ñoña de la ley de protección de la infancia, pero no de protección del mayor), y la pobre vieja tiene que reconocer que no le alcanza la pensión para al menos sobrevivir... Otra señora, a la que el reportero intenta entrevistar, sale corriendo, tapándose, avergonzada de tener que reconocer que lo hace, no vaya a ser que la vean las vecinas o los familiares...

Y siento entonces la mayor de las vergüenzas; propia, ajena y colectiva. Y denuncio a los impostores que se proclaman de izquierdas y consienten esto; y denuncio a los medios públicos que hacen audiencia de la carnaza humana...
Y siento vergüenza de pertenecer a este mundo tan cruel como terriblemente indecente, impúdico y obsceno...

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