domingo, 20 de abril de 2008

MI NASCIMENTO, MI RAREZA Y MI PASAMENTO

El día que yo nací, en la Casa Grande de Coín, aquel 1 de octubre de 1952, se celebraba, como todos los años, el Día del Caudillo, día en el que Francisco Franco fue elegido por la cúpula militar Jefe del Estado; es decir, que se autoproclamó Jefe del Estado español por la cara; quiero decir, por las armas...; y por este motivo, siempre fue día de fiesta el día de mi cumpleaños, hasta que murió Franco. Y como era de esperar, lo llevé muy mal aquello de cumplir años el día del Caudillo.
No sé si nacieron todas las flores (no era época de floración), como dice la copla, pero según mi abuela, yo no nací feo...
Me hice feo después, con los años... Y sobre todo, era enclenque, muy enclenque...
Y raro, muy raro...

Con los años, también fui aceptándome como era: ¡qué remedio!... Pero, también con los años, dicen que fui mejorando. En lo físico, que ya era difícil; en lo psíquico, todo fue a peor...
Y seguía siendo raro, muy raro...

Ya en la madurez mejoré, dicen también, en lo físico (me refiero siempre al aspecto físico; el otro siempre va a peor). Y fui aceptado por mujeres hermosas, demasiado hermosas, quizá, para una especie de Cyrano de Coín (que no de Bergerac), como se me podría considerar por entonces. Y ellas siempre me decían que yo era muy atractivo...
Y también seguía siendo raro, demasiado raro...

Dicen que en la vida, todos, al final, nos vamos pareciendo; los feos (hablo en neutro; es una paliza lo de los políticos con lo del sexo, feos, feas...) se hacen menos feos, y los guapos se van haciendo menos guapos; ambos, al final, más que personas parecen bichos... De feos, que no de inhumanos...
Y así ha ido siendo mi pasamento... Una mejora de mi fealdad desde mi nascimento, pero una continua agudización de mi rareza...

Cada día he ido siendo menos feo, pero cada día, también, he ido siendo cada vez más raro...
Sí, soy un feo muy raro.

Y ahora en serio...

Cuando yo era más joven -quiero decir, mucho más joven-, era también más feo -quiero decir, mucho más feo-, aunque, como sabéis era muy simpático y atractivo (según me decían), para contrarrestar tanta fealdad, quizá... Y gozaba -y mucho- de determinadas esperanzas por las que luchábamos día a día...

Porque hubo un tiempo no lejano en el que, los de mi generación, los niños del 52, desde que amanecía hasta que brillaba la luna y no podíamos más de sueño, no parábamos de maquinar, de proponer ideas, acciones, actos, para desde nuestra pequeña posición intentar cambiar el mundo...

Eran los años del aprendizaje, los años del descubrimiento de la vida y, también, los años del conocimiento de la naturaleza humana... Y eran tiempos dichosos: teníamos muchas ilusiones en la vida, para con la vida; en el mundo, para con el mundo; y en el ser humano, para con el ser humano...

Pero también fueron tiempos excesivos... Excesivos en tener que saber, quizá demasiado pronto y también demasiado deprisa, que la condición humana era tan complicada como difícil; tan acomplejada como indescifrable; tan maldita como hermosa; y tan mezquina como corrosiva...