Ruge viento; graznan los patos del río y baila la arboleda mientras se desparraman las nubes y la niebla que bajan de las montañas apenas ya visibles… Son las afueras de mí; son los campos y cielos que entristecen a sabiendas de mi partida… Ya saben que no soporto la tristeza; pero también saben que me duele dejar este lugar en el mundo… Quizá también sepan que esta tierra te ata con una melancolía de derrota; la que nos obliga a volver; la que nos dice que no nos vayamos aún… Pero la vida nunca nos hace libres; ni siquiera cuando al fin ya creemos que podemos serlo y elegir donde vivir…
Y es que, por encima de nuestra voluntad hay algo superior, extraño, inexplicable y sólido que nos obliga a volver; allí, a donde una obligación moral en forma de afectos residen los tuyos, los de siempre, los que nunca -al fin ya lo sabemos- nos fallarán y que siempre te justificarán incluso en tus errores…
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